CUARESMA, Domingo II

Lecturas Bíblico-Litúrgicas:

1ª lectura: Gn 12,1-4ª
2ª lectura: 2Tm 1.8b-10
3ª lectura: Mt 17,1-9

 

La figura de Abrahán muestra aquí dos pertenencias, iguales en importancia: pertenencia a la humanidad dispersa y pertenencia a un pueblo futuro. Abrahán es una clave en la teología de la historia: por un lado encarna la promesa de bendición que desde el principio se insinúa ante la humanidad pecadora, y, por otro, da sentido e intención universal a la elección particular del pueblo bíblico, que de otro modo sería sectaria y no tendría legitimación en una teología monoteísta. Abrahán es la clave en donde la humanidad tiene futuro y la elección de Israel su etiológía o explicación.(primera lectura).

 

La pertenencia de Abrahán a la humanidad se expresa en el pasaje por el doble movimiento de salir y de volver a ella. La salida afirma una pertenencia original, que se corrobora además con la genealogía del patriarca (Gn 11,10-32); ésta le entronca en la humanidad dispersa en Babel, la misma que lleva sobre sí el signo de la desarmonía. Al salir rompe los lazos con el tronco vital de su tierra, de su pueblo, de su clan, y renuncia a las seguridades que éstos le ofrecen. Pero la salida tiene notas de liberación del caos, del ámbito de la desarmonía y de la maldición, para dar principio a un pueblo nuevo, nacido otra vez del creador.

 

Abrahán se hizo grande y padre de un pueblo numeroso –ésa es la bendición que recibe- gracias a las transfiguraciones que en su vida generó la palabra de Dios. Esta realidad nos introduce en la Transfiguración del Señor. (tercera lectura). Durante millones de años fueron apareciendo en el horizonte cósmico miles de formas de vida. Hace 500 millones de años había grandes rebaños de trilobites, animales de bella factura, algo parecido a grandes insectos. La tierra estuvo habitada a lo largo del tiempo por plantas y animales de los que hoy no queda rastro vivo. Hace menos de 10 millones de años, evolucionaron los primeros seres que se parecían a los humanos, los primates. Y luego, hace sólo unos pocos millones de años, emergieron los primeros humanos auténticos (hombres en constante proceso evolutivo todavía, cuyo cerebro se iba desarrollando paulatina y progresivamente). La evolución cósmica alcanzó una verdadera transfiguración al aparecer en escena el homo sapiens.

La sementera divina, el poder fecundante de Dios, eso que hoy llaman los científicos el big bang, lo había ordenado todo a que la vida humana alcanzase su plenitud. Y ocurrió que un determinado Ser, el Hijo del hombre, el Hombre, se vio favorecido y enriquecido con una nueva figura o forma de vida (= morfé, en griego); a la forma divina se unió la forma (= morfé) humana. Fue la primera Transfiguración: la Palabra se hizo hombre; el que existía en forma de Dios se transfiguró en hombre. Así lo expresó la fe cristiana en su manifestación original (Flp 2,6-11). Pero la afirmación precisaba de una escenificación, sin la cual podía quedar reducida a una mera especulación: el Hijo de Dios, el Hijo del hombre, el Hombre, se transfiguró. Nos lo cuenta el evangelio de hoy.

 

Jesús es el Maestro que habla y enseña a sus discípulos. (Es un aspecto que aparecerá en el conjunto de nuestro desarrollo). Pero, al mismo tiempo, es el Señor divino, penetrado por la luz de Dios y envuelto en la nube (signos de la presencia divina). Una realidad única en dos formas de existencia, la humana y la divina (posteriormente el magisterio y la teología lo formularían hablando de una persona y dos naturalezas). Nuestro relato, más primario y adecuado, presenta la unión de estas dos formas de existencia recurriendo a la transformación o penetración de lo humano por lo divino y a la afirmación de la voz celeste: “Este es mi Hijo muy amado”.

 

El encanto y valor insuperables (desde luego no superados por ninguna de las descripciones teológicas posteriores) del relato está en la presentación extraordinaria que hace del protagonista: Jesús, que aparece normalmente en el evangelio como el hombre manifiesto y el Señor oculto, aquí es presentado como el Señor manifiesto y el hombre oculto. Dios quiso recorrer el velo tras el cual se esconde el misterio de Jesús. Los discípulos caen de bruces en tierra ante él. Es la actitud de adoración ante el Señor. Y el temor surge del pensamiento de estar ante Dios; un temor que es superado gracias a la presencia y a la palabra de Jesús: “no temáis”; no es miedo, es el respeto debido a lo sagrado.

 

La Transfiguración clara y patente tuvo lugar en la resurrección de Jesús. Es el evangelista Marcos  el que nos lo atestigua con evidente claridad: “Después de esto se apareció en otra forma (=én etéra morfé). Teniendo en cuenta el texto citado más arriba de la carta a los Filipenses “la otra forma es la forma de Dios”, en contraposición a la humana. Tanta importancia ha dado Marcos a este acontecimiento que consideró innecesario narrar las apariciones del Resucitado o los encuentros de los discípulos con el Viviente. La síntesis que nos hace de ellas (Mc 16,9-14) no figuraban en su versión original. Sólo posteriormente se juzgó oportuno añadir brevísimamente las que habían tenido mayor difusión.

 

Antes de seguir nuestra reflexión sobre el tema evangélico será necesario establecer una conexión entre ambas transfiguraciones: la habida en la Encarnación iba ordenada a preparar la de la Resurrección y ésta tiene la finalidad de explicar aquélla. Tendríamos que hablar de unaTransfiguración humanamente manifestada, realizada y visibilizada (Flp 2,6-11), y todo el conjunto del evangelio, que es la demostración del poder de Dios (Rm 1,16, de su gloria o de sí mismo) y otraTransfiguración divinizada, en la que el Hijo del hombre, el Hombre, es asumido en su totalidad a la participación de Dios o al modo o forma propia de Dios.

 

Ambas transfiguraciones fueron laboriosas: la primera se preparó a lo largo de muchos millones de años para que la forma o figura pudiese adquirir la dignidad requerida por su Ser Supremo que se iba a reflejar, primero, en ella y que, posteriormente, la tomaría como propia. La segunda duró menos tiempo en extensión, pero, dada su intensidad, superó a la primera: se halla enmarcada por los anuncios de la pasión; por las exigencias del seguimiento del Maestro, por lo que Jesús va a padecer y la suerte idéntica que espera a sus  discípulos.

 

Pedro se aterró ante los anuncios de Jesús e intentó disuadirlo de un camino tan doloroso y humillante (Mt 16,22). A ello aluden los seis días después... Al “seis” le falta uno para el siete, que es el número perfecto, indicador de la plenitud. Los seis días de dificultades, trabajos y sinsabores encontrarán su compensación en el día séptimo, en la gran festividad de una Transfiguración permanente, como la de Jesús. Para compensar la oscuridad y los nubarrones que se cernían sobre sus cabezas era necesario que tuviese lugar la Transfiguración.

El relato de la transfiguración resulta absolutamente incomprensible desde un historicismo literalista. Lo mandaríamos inevitablemente al campo de la fantasía o de la leyenda. Lo principal aquí es  la teología y el mensaje contenido en la narración. Teología y mensaje que han  utilizado como vehículo de expresión una serie de creencias procedentes del mundo judío, que enumeramos a continuación:

 

a) Moisés representa a la Ley. Con la mención del “monte alto”, se evoca el Sinaí, donde Moisés se encontró con Dios y del que bajó con el rostro iluminado por la gloria de Dios ( Ex 29-35). Y la nube luminosa también hace referencia a Moisés, “que no podía entrar en la Tienda de la reunión, pues la Nube había descendido a ella, y la gloria de Yahvé la llenaba” (Ex 40,35) La lección es clara: Jesús es el nuevo Moisés que trae la ley del nuevo Reino y a quien hay que escuchar porque es el profeta anunciado por Dios (Dt 18,15);

 

b) Elías, es uno de los representantes más insignes del profetismo. También él tuvo un encuentro con Dios en el monte Horeb, donde Dios se había revelado a Moisés (Ex 3,1-2). Ambos personajes apuntan a la revelación del AT, que Jesús ha llevado a la perfección. Jesús es la culminación de la revelación de Dios.

 

c) La aparición de la nube luminosa era el símbolo habitual en el AT de la presencia de Dios (Ex 14,24; 16,10; 2Cro 5,13.14). La nube no cubre a todo el pueblo, sino sólo a los discípulos y a las figuras celestes. Se pretende resaltar el mundo de la revelación y de la presencia de Dios en aquellos que se abren a su aparición.

 

d) El resplandor del rostro de Jesús y la blancura de sus vestidos nos trasladan de modo singular al mundo de lo divino; la aparición de un fenómeno sensible tan luminoso se convierte en el anuncio y en el signo de la divinidad y de su revelación. Por eso se centra en la figura de Jesús como salvador del pueblo y juez de los incrédulos.

 

e) La reacción de Pedro está en la línea general de los evangelios donde los discípulos aceptan el primer nivel de los acontecimientos, lo meramente humano y que se halla al alcance de los ojos: en este caso sería la dicha experimentada por la contemplación de un cuadro tan hermoso. El lector debe llegar al segundo nivel: las verdaderas tiendas son las eternas  (Lc 16,9)  o  la  casa  del Padre  en  la que  hay sitio  para todos (Jn 14,2-3).

 

La escena tuvo lugar en un monte alto. Que haya sido en el monte Hermón, de 2814 metros de altura o en el monte Tabor, de 560 metros, y al que da la preferencia la más antigua tradición, carece de interés. Ha sido elegido porque las montañas o montes altos son considerados como los lugares más adecuados para orientar al lector al lugar más adecuado para hacer referencia a la revelación o manifestación o teofanía divinas. Su altitud facilitaría al hombre el encuentro con Dios.

 

El centro de gravedad de la narración recae en la voz del Padre: el transfigurado es la presencia de Dios entre los hombres. Los detalles mencionados son como otros tantos rasgos parabólicos que deben poner de relieve esta enseñanza fundamental. La consecuencia ineludible que de esta presencia de Dios entre los hombres se deduce, se halla expresada en la voz del cielo:eschuchadlo. Se acentúa la relación “discípulo-maestro”. Por supuesto. Pero la intención del evangelista va más allá: la palabra de este Maestro es la última que Dios tenía que decir a los hombres (esto se hace comprensible desde los rasgos anteriormente mencionados. Y esta palabra, oída por los tres “íntimos” debe ir comunicándose y transmitiéndose a los demás. Ha surgido el “profeta” semejante a Moisés (Dt 18,15) a quien es preciso escuchar. La diferencia en relación con los acontecimientos del pasado es también significativa: allí Moisés hablaba al pueblo; aquí “el profeta” habla a los tres discípulos representativos del pueblo de Dios, que debe surgir desde su predicación.

 

Finalmente, el mandato de guardar silencio se halla en la línea del secreto mesiánico. Se impone el silencio sobre la verdadera dignidad de Jesús por dos razones: porque era incomprensible antes de la pasión-resurrección. Jesús no reivindicó abiertamente el título de Mesías antes de que su muerte disipase toda duda en relación con dicho título. Entramos así en la razón pedagógica: Jesús sabe que revelar abiertamente su persona y misión crearía problemas a los discípulos y serias dificultades a él con las autoridades romanas. Lucas constata que ellos callaron y, “por aquellos días, no contaron a nadie lo que habían visto” (Lc 9,36b). Por otra parte, como nos dice Marcos, no podían entender lo que significaba aquello de “resucitar de entre los muertos”( Mc 9,10).

 

La valentía en la tarea evangelizadora del Señor crucificado, del Evangelio, a pesar del escarnio proveniente de las persecuciones “oficiales” –acentuadas por la persecución de Nerón- debe aumentar el valor -postólico de los anunciadores (segunda lectura). Pablo ha vivido esta experiencia. Pero él es prisionero de Jesús, no del emperador. La adhesión a él es unión con el Señor; los sufrimientos aguantados con él lo son por el Evangelio; y más fuertes que todos los sufrimientos es el poder de Dios que ayuda a soportarlos y superarlos. Este poder de Dios se había desvelado y regalado en la historia de la salvación. Así lo afirma el Apóstol de tres formas:

 

> Dios manifestó su voluntad salvadora concediéndonos su gracia manifestada en la vocación del mundo a la santidad. Y ello no por nuestros méritos o dignidad, sino por la generosidad de su gracia. La salvación se tambalea cuando se apoya en las fuerzas humanas; se reafirma cuando se apoya en el poder de Dios.

 

> Esta llamada y esta gracia nos es concedida única y exclusivamente en Jesucristo. En él nos ha sido concedida desde la eternidad, en la preexistencia de Cristo. En Jesucristo, es decir, en su primera aparición –sólo en este pasaje la palabra “epifanía” es aplicada a la vida terrena de Jesús- se ha dado a conocer al mundo entero esta gracia universal.

 

> Esta obra salvadora de Jesucristo consiste en la superación de la muerte y en el ofrecimiento de la vida en el Evangelio. La superación de la muerte y la donación de la vida son los dones de las dos epifanías de Jesús.

 

Felipe F. Ramos

Lectoral