TIEMPO ORDINARIO, Domingo II

Lecturas Bíblico-Litúrgicas:

1ª lectura: Is 40,3.5-6
2ª lectura: 1Co 1,1-3
3ª lectura: Jn 1,29-34

 

Repetimos hoy, al comenzar la exposición de la palabra de Dios, lo que dijimos el domingo anterior. El Siervo del Señor, ¿es una persona importante del pasado remoto, como Moisés o David, o del tiempo próximo al destierro de Babilonia, como Ciro o Zorobabel?, ¿es una figura colectiva, como el mismo Israel? (Is 41,8-10), ¿o es una “historificación” de una persona singular o de una colectividad destacada? Optamos por la última de las posibilidades apuntadas cuyas características alcanzarían su culminación en Jesús de Nazaret. En ella la realidad utópica de una figura innominada encontró su “historificación” plena; en él se hizo histórico lo que había sido presentado como añoranza suprema de lo que el pueblo necesitaba y con lo que soñaba. (primera lectura).

 

La reflexión de hoy se abre con un breve comentario al segundo poema del siervo de Yahvé. Comenzamos estableciendo la diferencia radical con los otros. En este segundo poema el Siervo es “Israel” en su ineludible función de misión. Una misión centrada en la misión del Israel de la historia, de la promesa y del juicio. Esta consideración es inseparable del Israel pecador y rebelde, objeto del justo juicio de Dios, a quien debe dirigirse la función de congregarlo de la dispersión de Babilonia. El Israel histórico no tiene sentido ni razón de ser sin la carga del Israel teológico. El Israel de la carne queda devaluado por el Israel de Dios (Ga 6,16). La función del “Siervo” debe estar centrada en él. La identificación del Servidor del Señor con Israel es innegable en este segundo poema: “Se acabó su servidumbre, y han sido expiados sus pecados, y ha recibido de manos de Yahvé el doble por todos sus crímenes.” (Is 40,3).

 

No existe ningún otro pasaje en el que la teología de la vocación o de la elección se halle personificada con tanta claridad. Él debe restablecer a Israel de tal manera que en él se cumplan las promesas de unificación de las tribus de Jacob. Pero eso no es lo más importante. La vuelta de Babilonia no era lo más relevante. La misión mayor que Israel -el Israel de Dios- debe cumplir es la deser la luz de las naciones. La proyección hacia el NT no puede ser más clara o, dicho al revés, la retroyección hacia el AT desde el Nuevo resulta evidente.

 

La trayectoria iniciada en el Siervo alcanza su punto culminante en el Bautista, que la transferiría al Realizador definitivo (tercera lectura). Los evangelios sinópticos unen desde el principio y en un solo acto el bautismo de Jesús y el descenso del Espíritu sobre Él (Mc 1,11; Mt 3,17; Lc 3,22). El evangelio de Juan nos introduce en el misterio de forma distinta. Nos presenta al Bautista que, como testigo cualificado -este aspecto de “testigo” aplicado a Juan es el preferido por el autor del cuarto evangelio- ofreciéndonos un doble testimonio de Jesús.

 

1ª) Él es la persona singular sobre la que ha descendido el Espíritu para permanecer en él de modo estable. Esto significa que es la presencia visible de Dios. Lo característico de este testimonio lo pone de relieve la permanencia. En otras ocasiones, tanto en el Antiguo como en el NT, la presencia del Espíritu era transitoria, concedido para una determinada acción más o menos importante y terminada la cual se retiraba de la persona sobre la que había descendido. Tengamos en cuenta que el verbo “permanecer” es uno de los preferidos del evangelio de Juan: designa la relación permanente entre el Padre y el Hijo y entre el Hijo y los creyentes. El Espíritu “permanece” en Jesús porque es él quien debe comunicar el Espíritu (3,5.34; 7, 38-39; 20,22).

 

La unidad literaria del evangelio de hoy nos ofrece un nuevo testimonio de Juan a favor de Jesús. Con la particularidad, en esta ocasión, de acentuar la validez del mismo para todos los tiempos, lugares y personas. Precisamente por eso el evangelista, intencionadamente, prescinde de todos los “conocimientos” que pudieran minimizarlo. Ha desaparecido de escena la embajada enviada desde Jerusalén. No se nos ha dicho qué fue de ella; no es mencionado público alguno, al que fuesen dirigidas las palabras del Bautista; Jesús camina hacia Juan sin que se le diga al lector de dónde viene ni para qué viene (el cuarto evangelio no dirá que Juan bautiza a Jesús, porque ello daría pie para que los discípulos y la secta o el movimiento de Juan -que sobrevivió con mucho al Bautista (Hch 19,1-7)- considerase a su Maestro como superior a Jesús.

 

En el evangelio de Juan se nota una tendencia anti-Bautista; no a nivel personal, no frente o en contra de Juan, sino de sus discípulos que habían sobre-valorado a su maestro presentándolo como el Mesías. En este pasaje evangélico Juan emite su confesión testimonial sobre Jesús de modo absoluto.

 

El Bautista es un testigo eminente de Jesús. Él mismo se reconoce como testigo excepcional al presentarse realizando en su persona la predicción de Isaías: Voz del que clama en el desierto... Así reconoce su papel preparatorio del Señor. Es el precursor o heraldo. No es ni el Cristo, ni Elías ni el Profeta. Los tres títulos tienen significado mesiánico. El primero no necesita demostración. En cuanto a Elías, el judaísmo anterior y posterior al NT le consideraba como una figura mesiánica, no como el precursor del Mesías sino como el precursor de Dios. Es el Mesías sacerdotal, el Mesías de Aarón, al estilo del que era esperado en Qumran. En relación con el Profeta, digamos que también es una figura mesiánica. De ahí que Jesús sea considerado como tal (Jn 6,14; 7,40) y este título nunca es dado al Bautista en el cuarto evangelio. El Profeta es el portador de la salud en el tiempo último. Rey, Sacerdote y Profeta. Tres títulos mesiánicos. Esto explica que los tres títulos se los autoexcluya el Bautista y sirvan para explicar el triple ministerio y oficio concentrado en Jesús.

 

Jesús es presentado como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, como el que bautiza con el Espíritu, como el Hijo de Dios. Difícilmente pueden ser imaginadas estas palabras en labios del Bautista. Sencillamente porque suponen todo el acontecimiento cristiano ya completo. Suponen incluso la reflexión de la primitiva comunidad cristiana sobre él. Suponen desarrollada la teología de Pablo. Estamos ante una confesión cristiana de fe puesta en labios del Bautista. Nos hallamos ante el nivel de profundidad teológica que se produjo partiendo de determinados sucesos históricos que hoy difícilmente podemos reconstruir en todos sus pormenores.

 

¿No podría pensarse en una revelación especial que hubiese recibido el Bautista? Dicha posibilidad debe demostrarse, no suponerse. La suposición no es principio hermenéutico. Desde el punto de vista histórico es más que probable el encuentro entre el Bautista y Jesús. El Bautista pudo considerar y presentar a Jesús como el enviado de Dios, pero lo títulos a los que recurre para presentarlo sólo son aceptables después del acontecimiento cristiano totalmente terminado, a la luz de la Pascua. Una vez desvelado el misterio de Jesús, se ponen los títulos en boca de su presentador oficial, el Bautista.

 

¿A qué se hace referencia con este título cuya frecuencia en el uso nos lo ha hecho familiar sacándolo del terreno de lo enigmático? ¿Qué es lo que significa? Enumeramos a continuación las diversas posibilidades que el título tiene: 1ª) Referencia al cordero pascual (Ex 12), sacrificado con motivo de la fiesta judía de la pascua y que tenía significado o aspecto expiatorio. Aludiría a la acción liberadora de Jesús. Supliría, además, el silencio casi absoluto del tema teológico tan profundo sobre la expiación de los pecados a los que apenas se alude en el mundo joánico (“Ahora bien, sabéis que él se manifestó para quitar los pecados y que en él no hay pecado” (1Jn 3,5: es el texto más claro en este sentido dentro del mundo joánico).

 

2ª) Alusión a los corderos que diariamente eran sacrificados en el templo de Jerusalén (Ex 29,38-46). El día debía comenzar y terminar con un sacrificio; se anticipaba así el aspecto “sacramental” entre Dios y su pueblo.

 

3ª) Indicación del macho cabrío sobre el que, mediante la imposición de las manos, se descargaban los pecados del pueblo para ser llevado al desierto y ser allí despeñado (Lv 16,21-22). El simbolismo es profundo y no debe descartarse acentuando, en la interpretación, el carácter de flecha indicadora de aquel que quitó el pecado del mundo y fue sacado “fuera de la puerta” (Hb 13,12:”Así también Jesús, para santificar mediante su propia sangre al pueblo, padeció fuera de las puertas”).

 

4ª) Mención del cordero al describir las características del siervo de Yahvé (Is 53,7) y el recuerdo del Cordero, que juega un papel importante en la imaginería apocalíptica (Apo 5; 14,1: el título es dado a Cristo en este libro 28 veces). Probablemente la intención más profunda en la utilización de esta imagen la tengamos en la unión del siervo sufriente de Isaías (52,13-53,12)  y en la muerte de Jesús considerado como el cordero pascual. Tanto un texto de Juan: “Todo esto ocurrió para que  se cumpliera la Escritura:  no le quebrarán hueso alguno” (Jn 19,36, como estaba ordenado para la comida del cordero pascual: Ex 12,46; Sal 34, 21) como otro de Pablo: “Arrojad la levadura antigua para ser masa nueva puesto  que sois ácimos,  ya que Cristo,  nuestra Pascua,  ha  sido inmolado” (1Co 5,7) demuestran que este aspecto de la muerte de Jesús fue aceptado en un tiempo muy próximo a la misma.

 

Ante esta gama de posibilidades, ¿por cuál decidirse? Resulta difícil la elección. Desde el contexto general del cuarto evangelio -que se interesa particularmente por la fiesta de la pascua y por presentar a Jesús como el verdadero cordero pascual- la primera de las posibilidades apuntadas sería la que más probabilidad tendría. Porque se trata del cordero de Dios que quita el pecado del mundo. El título implica el significado escatológico decisivo de quien lo lleva y a quien presenta como el portador de la salud. Jesús es el portador de la salud porque  quita el  pecado  del mundo. Con ello se piensa  en el  poder expiatorio -eliminador del pecado- de la muerte de Jesús. Un cordero que es cordero sacrificial-sacramental. Estamos ante un título “existencial”: dice y ofrece al hombre algo que éste necesita. Presenta a Jesús respondiendo a una profunda necesidad humana.

 

Esta pequeña unidad literaria justifica, al mismo tiempo, la eficacia del cordero, presentado por el Bautista, en orden a purificar al hombre. Y lo hace dando tres razones: su preexistencia, acentuada ya en el prólogo del evangelio; la presencia del Espíritu en él de modo permanente; su filiación divina. El testimonio del Bautista en esta ocasión acentúa las tres cosas: “es antes que yo”; “vi descender el Espíritu sobre él”; “doy testimonio de que es el Hijo de Dios”.

 

La reflexión de Pablo es mucho más que un saludo (segunda lectura). Menciona al mitente, que es él mismo y un colaborador suyo, y a los destinatarios. Más importante es la presentación de la identidad de ambos. Él es apóstol, no un personaje independiente, sino obediente a la llamada de Otro; es enviado con poder y autoridad; el testigo del Señor crucificado y resucitado. Por consiguiente, su carta no es “particular” o privada, sino “apostólica”. Escribe a una comunidad, que es la comunidad de Dios, es decir, que ha sido creada por él y Dios es su Señor. Esto la distingue de cualquier sociedad humana. Por pertenecer a ella los corintios son “santos”.

 

A ellos se dirige Pablo con un saludo muy singular: les desea la gracia y la paz, que les son regaladas por Dios Padre -Dios es Padre en cuanto creador de nuestra vida y en cuanto donante de la gracia- y por Jesucristo, el Señor: Jesucristo es el Señor en cuanto nos regala el reino de Dios y su gracia haciéndonos partícipes de la dignidad divina. La paz es el signo de los bienes y de la salud mesiánica (Is 9,5-6; 32,17-18; 52,7; 54, 10). Por ser miembro del pueblo de Dios la comunidad participa de la paz.

 

Felipe F. Ramos

Lectoral