TIEMPO ORDINARIO, Domingo XVI

Lecturas Bíblico-Litúrgicas:

1ª lectura: Sb 12,13.16-19
2ª lectura: Rm 8,26-27
3ª lectura: Mt 13,24-43

 

La garantía de la justicia de Dios es precisamente su fuerza y su poder. Más aún, precisamente porque es todopoderoso es también misericordioso. “No ejecutaré el ardor de mi cólera, no volveré a destruir a Efraím, porque soy Dios, no hombre... y no me gusta destruir” (Os 11,9). “Oh Dios, que manifiestas especialmente tu poder con el perdón y la misericordia... (oración del Domingo 26 del Tiempo Ordinario) (primera lectura).

 

Ahora el autor aplica estos principios a los hechos concretos y distingue en Dios dos comportamientos. Por una parte, Dios se muestra fuerte y severo con quienes no creen en su soberano poder,  siguiendo la conducta de los paganos (Ex 5,2; 2R 18,35; 2M 9,4); y también con los que creen, pero viven como si no creyeran, siguiendo la conducta de los judíos apóstatas (Rm 1,21). Dios castiga el orgullo de una vida descreída y la insensatez de una conducta ilógica. Por otra parte, Dios se muestra condescendiente y bondadoso con quienes reconocen su omnipotencia divina y obran en consecuencia. Dios gobierna a los hombres con moderación e indulgencia, porque es poderoso y sabe que, con sólo quererlo, puede recurrir a su fuerza y a su severidad.

 

Esta conducta de Dios enseña a su pueblo dos cosas. Primero, que a ejemplo de la sabiduría (1,6; 7,23) debe mostrarse humanitario, y esto no sólo con sus hermanos de raza, como prescribía la ley israelita, sino con todos los hombres. Es un jalón importante en el camino hacia el amor universal del Evangelio (Mt 5,43-48). Segundo, que nunca debe perder la esperanza, pues siempre hay lugar para el arrepentimiento y el perdón.

 

La forma de implicar a los destinatarios de la parábola en su narración consiste en el diálogo escenificado en el cuerpo de la misma. En él  aparecen los distintos puntos de vista de los interlocutores, que son trasladados de sus categorías a las que el parabolista quiere inculcar. Este es el caso de la parábola de la cizaña, a la que fue añadida una explicación alegórica de la misma. La parábola, propia de Mateo, parece haber sido reelaborada a partir de la de Marcos sobre la semilla que germina espontáneamente (Mc 4,26-29). Incluso pudo haber sido creada por el propio evangelista (tercera lectura).

 

Un nuevo ejemplo de sementera divina. Tenemos varias parábolas que recurren a esta misma imagen para enseñarnos cómo envía Dios su palabra a los hombres. Lo característico de ésta es que, juntamente con el sembrador divino, nos asegura la existencia del sembrador del mal. El sembrador de la parábola es un hombre rico. Tiene obreros para realizar los trabajos ordinarios. Contrata segadores cuando se acerca la recolección. Por eso ha llamado la atención de muchos comentaristas que sea el mismo propietario quien siembra a boleo la semilla en su campo. La Biblia nos ofrece ejemplos parecidos. Los hijos de Jacob guardan ellos mismos sus rebaños. Booz, hombre rico, dormía en la era durante el tiempo de la recolección para vigilar por sí mismo la cosecha.

 

No tenemos necesidad de recurrir a especiales costumbres palestinenses para comprobar ejemplos semejantes. Podemos observarlos fácilmente en la vida agrícola de cada país. Teniendo además en cuenta que el sembrador de la parábola simboliza al Hijo del hombre en su actividad salvadora, encontraremos una razón más que justifique la sementera hecha directamente por sus propias manos. Mientras su gente dormía, vino el enemigo y sembró cizaña entre el trigo y se fue.

 

La figura del enemigo es una metáfora clásica para designar al diablo. ¿Quiere el parabolista acusar de negligencia culpable a aquellos siervos que no velaron el campo de su señor para evitar esta venganza de un enemigo suyo? Casi todos los comentaristas antiguos responden afirmativamente. La mención de la noche y del sueño de los criados tiene únicamente por objeto explicar la acción del sembrador de la cizaña. Durante el día le hubiese sido imposible hacerlo. Hubiese sido descubierto fácilmente por el dueño del campo, por sus hombres o por sus vecinos. Creemos, pues, que se trata de un rasgo necesario en la parábola, pero sin interés especial, del cual pueda deducirse una determinada enseñanza.

 

La cizaña, lolium temulentum, es una hierba mala que tiene un gran parecido con el trigo antes de echar la espiga. De todos modos llama la atención en la parábola la actitud del dueño del campo. Porque el trabajo de arrancar las malas hierbas del campo, la acción de sajar, nunca se deja para el tiempo de la siega. Los sembradores de hoy hacen innecesaria dicha labor porque, al sulfatar los sembrados, no brotan las malas hierbas. Y, en cualquier caso, las pocas que brotan no son perjudiciales para el cultivo. Parece ser que había llegado el tiempo de realizar este trabajo cuando los criados preguntan al dueño si quiere que vayan a arrancar la cizaña. Según Dalman, gran conocedor de la vida palestinense, existe la costumbre de dejar la cizaña entre el trigo hasta el tiempo de la siega en la región de Hebrón. Porque en esta zona, tiene el trigo raíces muy débiles y, al arrancar la cizaña, se arrancaría también el trigo o se perjudicaría notablemente la vida de la planta buena.

 

El acto de venganza descrito en la parábola nos parece inverosímil. Una venganza excesivamente ruin y maliciosa. Sin embargo, nos cuenta el P. Lagrange (el padre de la exégesis católica moderna) que entre las venganzas corrientes entre los agricultores palestinenses figuran cosas semejantes a la descrita en la parábola: cortar árboles, quemar un campo de mieses... En la diócesis de Jerusalén se tenía como pecado reservado la venganza manifestada en cortar un árbol frutal, un olivo, una higuera, una vid...

 

Cuando llegue el tiempo de la siega, el dueño dirá a los segadores: Coged primero la cizaña y atadla en haces para quemarla... Esta orden no significa que los obreros hayan de realizar un acto impropio del momento, cual sería segar primero la cizaña y después el trigo. La orden debe entenderse en otro sentido. Cuando el segador meta la hoz en el trigo cortará también la cizaña. Entonces la separará del trigo y la atará en haces. ¿Para qué?  Con objeto de utilizarla luego para el fuego.

 

El acento principal de la enseñanza recae en la presencia del sembrador del mal junto al sembrador de la buena semilla. Donde siembra Dios, siembra también Satanás. Y teniendo esto en cuenta, la parábola quiere prevenirnos de todo falso optimismo. El Reino está presente, a pesar de los pecados de sus miembros. Como llega la hora de la recolección, a pesar de la existencia de la cizaña. El sembrador de la parábola, por razones que ahora no interesa exponer, quiere que el trigo y la cizaña crezcan juntos hasta el momento de las siega. La misma intención tiene el Hijo del hombre. La separación entre lo bueno y lo malo tendrá lugar en el momento de la siega.

 

La siega  se había convertido  en  una  imagen  clásica  del  juicio  último (Mt 9,37; Mc 4,29; Jn 4,35). El día del juicio último llegará puntualmente. El Hijo del hombre no se retrasará. Pero el hombre no puede adelantar este momento. Debe refrenarse toda prisa inconsiderada por adelantar ese momento (Mc 7,1ss) La parábola se opone a un malentendido celo de instaurar por la fuerza en Reino en toda su pureza. Como lo pensaba el judaísmo para los días del Mesías. Como lo pensaban los “hijos del trueno” que querían que bajase fuego del cielo para que devorase a aquellos  que no querían  recibir  a  Jesús  porque  iban a Jerusalén (Lc 9,53-54), es decir, por motivos religiosos.

 

La parábola presupone el quehacer y la misión de Jesús con un realismo exigido por la misma naturaleza de aquellos a los que va destinado. En la sala del banquete mesiánico se sientan “malos y buenos” (Mt 22,10). Más aún, el tiempo intermedio entre la sementera, la invitación, y la cosecha, la celebración del banquete, en el que se participa plenamente a partir de la muerte, es un espacio de gracia, de misericordia y de conversión. La parábola tiene como destinatarios también a los puritanos de la época, a los puritanos de todos los tiempos, que rasgaban, y rasgan, sus vestiduras ante la actitud de Jesús con los pecadores. El Reino se hace presente en el mundo, dentro de la realidad humana, y es acogido de múltiples maneras. La uniformidad en la respuesta iría en contra del Reino mismo y de los súbditos que pertenecen a él. Mientras llega el final se impone la convivencia y se condena todo exclusivismo, puritanismo y fanatismo.

 

La selección minuciosa, la separación entre buenos y malos, tendrá lugar el día del juicio último, cuando llegue la cosecha, en el último encuentro de cada creyente con su Señor (no habrá otro juicio “final” en un tiempo intermedio. El día de su muerte vive el hombre su último día). La convivencia o, al menos, la coexistencia de buenos y malos continuará hasta ese día, incluso dentro del ámbito de los que profesan ser discípulos de Jesús.

 

La explicación que hace el mismo evangelista de la parábola de la cizaña (Mt 13,37-43) ofrece la particularidad de que cada uno de los rasgos parabólicos tiene exacta correspondencia en una realidad religiosa que quieren significar. El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre; el campo es el mundo; la buena semilla son los hijos de Reino; la cizaña son los hijos del maligno; el enemigo que la siembra es el diablo; la siega es la consumación del mundo; los segadores son los ángeles (Mt 13, 37-39). Solamente los siervos del dueño del campo, su sueño y el diálogo que mantienen con su señor, y el crecimiento de la cizaña, carecen de un significado alegórico.

 

En esta explicación que nos da el Evangelio, el tono de la enseñanza parabólica se halla desplazado. Mientras en la parábola el acento recae en esa convivencia necesaria, hasta el día del juicio, del trigo y de las cizaña, el pensamiento fundamental en la explicación de la misma se centra en la suerte de los malos y de los buenos (Mt 13, 40-43). Este desplazamiento del acento pone de manifiesto la pluma de Mateo.

 

La parábola, tal como fue pronunciada por Cristo, contesta el interrogante siguiente: ¿ Por qué hay malos cristianos en la Iglesia? Porque al mismo tiempo y en el mismo campo que Cristo siembra también el demonio. Esta situación, por lamentable que sea, no puede ser cambiada por el hombre. Es preciso tener paciencia, esperar.. La separación de buenos y malos tendrá lugar en el juicio último, al fin del presente eón. Pero, ¿cuál es la razón de la coexistencia hasta el fin? ¿Darles una oportunidad más para que se conviertan? Esta oportunidad para su conversión no queda excluida. Creemos, sin embargo, que tampoco está intentada directamente. Más bien se dice que el día del juicio serán entregados a la perdición. San Agustín hace violencia al texto cuando dice que la cizaña puede convertirse en trigo. La razón por la cual el trigo y la cizaña están juntos hasta la siega es, según la parábola, que el hombre no tiene poder para separarlos. La selección se la ha reservado Dios.

 

La explicación de la parábola centra su enseñanza en el momento de la siega y en la ulterior suerte de buenos y malos. El acento ha sido claro y fuertemente desplazado a la escatología. La imaginería del juicio de condenación: el horno de fuego... procede de la apocalíptica; la del premio: “los justos brillarán como el sol” ha sido tomada de Dn 12, 3 y también de la mentalidad apocalíptica; al parabolista le ha bastado introducir una pequeña variante: en lugar de los “doctos y sabios” de los que habla el texto de Daniel, él menciona a “los justos”. Son éstos los que brillarán como el sol.

 

La explicación de la parábola se divide claramente en dos partes. En la primera, v.37-39, se establece la correspondencia entre los rasgos parabólicos y la realidad religiosa significada. Dentro de esta primera parte debemos explicar uno de los puntos de comparación: el campo es el mundo, es decir, la humanidad. La semilla del Hijo del hombre crece entre los hombres por la predicación de la Palabra. Habrá que pensar también en lo que los santos Padres llaman las semillas del Verbo,semina Verbi, que existen incluso donde no ha llegado la palabra evangélica. También allí llega el Verbo sembrado, por utilizar otra  expresión patrística

 

La segunda parte, v.40-43, acentúa que el momento presente es el de la decisión, no el del etiquetamiento o del discernimiento. Este acto le es reservado al Hijo  del hombre.  Es él  quien dictará  la sentencia,  el juicio,  la recompensa (Mt 6,4.6.18; 13,47-50; 25,31-46). Los múltiples rasgos parabólicos no deben oscurecer el centro de interés de la parábola. El Reino es una realidad compuesta por santos y pecadores. El etiquetar a unos u otros con este calificativo es competencia divina en exclusiva. Mientras esto no suceda se impone la convivencia y la tolerancia. El puritanismo y el angelismo son condenados. La actitud frente al malo debe ser la indiferencia. En el mismo campo siembra también el demonio. Pero como este campo es llamado “reino del Hijo del hombre” (Mt 13,41), necesariamente debemos ver en él la Iglesia que, como nuevo Israel, es el reino del Mesías. Por consiguiente, “los hijos del maligno” deben buscarse también dentro del mismo campo, sin salir de la Iglesia. No significan, pues, los herejes o judíos incrédulos en contraposición a los discípulos.

 

El campo es el mundo. Cierto. No se menciona la Iglesia. No porque en este momento todavía no hubiese sido fundada. Si se habla del mundo, de la humanidad, ello obedece a que es en su campo donde el Hijo del hombre siembra la buena semilla; donde anuncia el Evangelio; y si la explicación nos dice que “la buena semilla son los hijos del Reino” y la cizaña “los hijos del maligno”, esto se debe a que la imagen de la sementera es utilizada aquí en forma distinta a como se aplica en la del sembrador. La parábola del sembrador y su sementera llama buena semilla a “la palabra del reino” (Mt 13,19); la de la cizaña, con la misma palabra, designa los buenos cristianos.

 

Por si la separación entre la parábola y su explicación no era lo suficientemente clara, el evangelista ha querido acentuarlas con más claridad introduciendo entre ambas otras dos parábolas, que pertenecen también a la secuencia que el evangelio de este domingo nos obliga a explicar: la dela Mostaza y la de la Levadura. Seguiremos el orden que establece el texto.

 

La parábola de la mostaza establece la desproporción entre la humildad de los comienzos y la etapa final de un desarrollo sorprendente. La elección de la planta en la parábola (Mc 4,30-32; Mt 13, 31-32; Lc 13,19-19); la parábola nos es transmitida por las dos fuentes principales de los evangelios, Marcos y Q; las diferencias entre ellas apenas son perceptibles), pretende poner de relieve ambos extremos. Por un lado, la pequeñez minúscula de la semilla. Cierto que la botánica moderna conoce semillas más diminutas. Mas para el auditorio de Cristo era la más pequeña de todas las semillas de la tierra (Mc 4,31). Su pequeñez era proverbial (Lc 17,6.20). Hasta el punto de ser considerada como el símbolo de las cosas insignificantes: “Tan pequeño como un grano de mostaza”. Así reza un proverbio judío.

 

El desarrollo excepcional de una semilla apenas perceptible es el extremo opuesto de la parábola. En determinadas zonas de Palestina, especialmente en la región próxima a Jericó, alcanza una altura de tres a cuatro metros. Su poder germinativo supera, por tanto, a todas las plantas de su especie. Hablando con propiedad aquilatada no llega a hacerse árbol, pero externamente así lo parece. Incluso da la sensación de un bosque allí donde la mostaza es abundante. Las aves del cielo vienen a posarse en sus ramos. El parabolista alude a una imagen tomada del AT. Quiere significar la expansión potente y universal de un reino que sirve de protección para otros reinos, para todos los pueblos (Dn 4,12; Ez 31,6; 17,23).

 

La lección principal de la parábola se centra en esa profunda contraposición entre la humildad de los comienzos y su poder expansivo. Es una parábola de contraste. Así ocurrirá con el reino de Dios. A pesar de unos comienzos apenas perceptibles en la actividad de Jesús de Nazaret, se convertirá, por su poder vital interno, en una gran realidad difundida por el mundo entero. El reino de Dios se manifestará a todos los hombres. Se hará visible. De la parábola se deducen fácilmente las características del Reino en su fase terrena.

 

La expansión del cristianismo en ambientes tan heterogéneos cultural y políticamente fue la gran sorpresa que desconcertó a los mismos cristianos (a ello aluden los 153 peces recogidos en la red, Jn 21,11). Aquí surge, sin necesidad de forzar el texto, la aplicación de Ezequiel: “En sus ramas anidaban todos los pájaros del cielo... A su sombra se sentaban numerosas naciones” (31,6). Este aspecto ha hecho pensar a algunos autores, como Dodd, que el centro de interés de la parábola no es la desproporción mencionada, sino la universalidad del reino. Creemos que éste es un aspecto no excluido del mencionado, sino, más bien, incluido en él.

 

El reino de Dios está ya presente, por insignificante que parezcan sus comienzos. No olvidemos que el principio divino lleva en su misma entraña la garantía de su perfección y consumación (Flp 1,6). ¿Puede haberse convertido la parábola de Jesús en una alegoría de la Iglesia en cuanto acontecimiento de la palabra que se propaga? Los pájaros que anidan en sus ramas hacen referencia a la capacidad de la Iglesia, del Evangelio, para acoger en su seno a gentes de todos los tiempos, espacios y culturas.

 

La parábola del fermento o de la levadura es gemela de la anterior por razón de su enseñanza fundamental. Está tomada de la vida diaria de la mujer palestinense. Entre sus quehaceres de cada día figuraba normalmente el amasado familiar. ¿En qué dirección debemos buscar la enseñanza parabólica? La parábola misma nos ofrece una doble posibilidad. Porque el fermento ha podido ser elegido bien por la enorme desproporción existente con relación a la harina que debe fermentar, bien por su poder de penetración en la masa. Estos dos puntos de vista tienen divididos a los exegetas.

 

Unos creen que el elemento esencial de la parábola debe buscarse en la desproporción dicha. En este caso la parábola del fermento nos transmitiría la misma doctrina que la del grano de mostaza. Expondría, pues, la Ley fundamental del Reino, que produce unos efectos aparentemente desproporcionados a su causa. Buscaría un contraste intencionado entre unos medios exiguos y un fin espléndido.

 

En el substrato de la parábola se encuentra el tema del crecimiento. El dato diario del amasado femenino se convierte en una experiencia indiscutible perfectamente aplicable al Reino. El plan de Dios actúa prácticamente de forma invisible y lleva a la historia a su destino. El pensamiento del crecimiento no excluye sino que incluye el del contraste. Ambos aspectos acentúan la fuerza creadora de Dios o de su evangelio (Rm 1,16).

 

Creemos que ambas cosas son inseparables e intentadas por Jesús. En la acción del fermento tan esencial es su poder de penetración como la desproporción de la masa que ha de fermentar. Cierto que la parábola no menciona la cantidad de fermento empleado. Pero esta cantidad mínima en relación con la masa, ¿no va incluida en la misma comparación? Cuando san Pablo utiliza esta imagen (1Co 5,6; Ga 5,9) parte del supuesto de la desproporción enorme entre un poco de fermento ytoda la masa. La narración misma de la parábola pone de relieve este contraste intencionado. Las tres medidas de harina equivalen a una efa hebrea, 40 kilos aproximadamente. Un poco de levadura hace fermentar la cantidad de harina  que proporciona comida para más de 100 personas.

 

El apóstol Pablo (segunda lectura) extiende la añoranza, el gemido y la aspiración por la plenitud, por Dios, no sólo a todos las criaturas, incluidos nosotros mismos, sino también al mismo Espíritu de Dios. Pone de relieve nuestra máxima necesidad de la presencia del Espíritu, teniendo en cuenta nuestra fragilidad. Nosotros somos, y cada vez más, débiles, apáticos, ciegos, para tomar conciencia de las necesidades del mundo y de las nuestras propias y poder aspirar a liberarnos de ellas. Pero cuando nuestra consciente vida de oración se cae al nivel del suelo aparece el Espíritu de Dios para actuar en nosotros y levantarnos hasta el nivel de la redención.

 

Se trata de un gemido o suspiro sin palabras. Pablo piensa en las experiencias de la comunidad cristiana en la vida y celebración cultual en la que los participantes se dejan llevar en una oración común, de diversas “lenguas”, y la oración adquiere el tono querido por Dios: “Porque quien habla en lenguas, no habla a los hombres sino a Dios; pues nadie le entiende, sino que en espíritu enuncia misterios... Porque si rezo en lenguas, mi espíritu está en oración, pero mi mente no saca fruto. ¿Qué concluir, pues? Rezaré con el espíritu, pero rezaré también con la mente. Cantaré himnos con el espíritu, pero cantaré también con la mente” (1Co 14,2.14s).

 

Aunque hoy no sepamos exactamente lo que significa “hablar en lenguas”, podemos hacer la misma experiencia que la mencionada por Pablo. No es que nosotros oremos más, sino que Otro ora en nosotros, en nuestras palabras y pensamientos. Y esto es lo importante. Porque, ¿cómo puede quedar inaudita la intercesión del Espíritu Santo destinada a nuestra redención?.

 

Felipe F. Ramos

Lectoral