SEMANA SANTA, Ramos

Introducción: Comenzamos la celebración litúrgica de hoy con un rito multisecular, precristiano. El antiguo pueblo de Dios peregrinaba gozosamente a Jerusalén para renovar la alianza con su Dios. Entre otros cantos litúrgicos figuraba el estribillo: “Este es el día que hizo Yahvé. Alegrémonos y disfrutemos en él” (procedente del Sal 118, 24). El “día del Señor”  es día de victoria, de júbilo, de fiesta, de alegre y gozosa relación de Dios con su pueblo y del pueblo con él. En el tono festivo de la fiesta de acción de gracias se mezcla la alegría de la salvación: “No moriré, viviré para cantar las obras de Dios” (Sal 118, 15-17); sus costumbres culturales: la entrada litúrgica en el templo por la puerta de la justicia: “Abridme las puertas de la justicia, y entraré por ellas para dar gracias al Señor” (Sal 118,19-20); la procesión litúrgica, con la bendición y la danza festiva: “Bendito sea el que viene en el nombre del Señor; nosotros os bendecimos desde la casa de Yahvé. El Señor es Dios, él nos ilumina; ordenad la procesión “con ramos” en las manos hasta el altar (Sal 118,26-27).

Los rasgos mencionados son particularmente adecuados para describir el misterio cristiano. Por eso el salmo citado aparece frecuentemente en el NT, y particularmente era aplicable a la entrada de Jesús en Jerusalén. Y el mismo Jesús lo cita como anuncio de dicha entrada (Mt 23,39: “De ahora en adelante no me veréis más hasta que digáis: Bendito el que viene en el nombre del Señor”.

 

Evangelio I: Mc 11,1-10.

Se acercaban a Jerusalén, por Betfagé y Betania, junto al monte de los Olivos y Jesús mandó a dos de sus discípulos, diciendo: Id a la aldea de enfrente, y en cuanto entréis, encontraréis un borrico atado, que nadie ha montado todavía. Desatadlo y traedlo. Y si alguien os pregunta por qué lo hacéis, contestadle: El Señor lo necesita, y lo devolverá pronto.

Fueron y encontraron al borrico en la calle atado a una puerta, y lo soltaron. Algunos de los presentes les preguntaron: ¿Por qué tenéis que desatar el borrico? Ellos les contestaron como había dicho Jesús; y se lo permitieron.

Llevaron el borrico, le echaron encima los mantos, y Jesús se montó. Muchos alfombraron el camino con sus mantos. Otros con ramas cortadas en el campo. Los que iban delante y detrás, gritaban: ¡Viva! Bendito el que viene en el nombre del Señor. Bendito el reino que llega, el de nuestro padre David. ¡Viva el Altísimo!.

Comentario: Comencemos por destacar la importancia del lugar. Es una importancia teológica que se halla vinculada al monte de los Olivos. A oídos familiarizados con el AT y con las creencias y especulaciones judías de la época de Jesús la mención de dicho lugar evocaba algo muy importante: la aparición de Yahvé tendría lugar precisamente aquí: “Aquel día se afirmarán sus pies sobre el monte de los Olivos, que está frente a Jerusalén, al lado de levante; y el monte de los Olivos se partirá por en medio, de levante a poniente, como un gran valle: y la mitad del monte se echará al norte, y la otra mitad al mediodía; y huiréis por el valle de mis montes, porque el valle de los montes llegará hasta el mar donde yo os salvaré. Huiréis como huisteis cuando el terremoto de los tiempos de Ozías, rey de Judá, y vendrá entonces Yahvé, mi Dios, y con él todos sus santos” (Zac 14,1-5). Esta imaginería apocalíptica describe la presencia salvadora de Yahvé que, como es habitual, es asociada a conmociones naturales como los terremotos (Jue 5,4; Miq 1,3-4). El libro de Zacarías se abre con esta misma visión: “Tiemblan los montes ante él  y se disuelven los collados...” (Zac 11,5). Que el monte de los Olivos se divida de oriente a poniente... tiene la finalidad de abrir un amplio camino ancho y llano para que Yahvé se dirija libremente a Jerusalén (Ez 43,4). Esta división del monte de los Olivos llegará a tapar la salida por el valle de Hinnon (de donde viene el nombre de Gehenna) para que nadie pueda escapar. La mención del terremoto del tiempo del rey Ozías (a mediados del siglo 8º a. C.) parece evocar un acontecimiento histórico cuya impresión debió ser muy fuerte (Am 1,1). Los “santos” que vienen con Yahvé en su acción salvadora se refiere a los ángeles, sus acompañantes inseparables, que se asocian con él a la guerra de liberación de su pueblo.

Teniendo en cuenta las referencias anteriores, las especulaciones judías habían calculado que el Mesías aparecería sobre el monte de los Olivos. Así nos lo cuenta Josefo, apoyándose probablemente en el texto de Zacarías que hemos intentado aclarar. El evangelista nos está diciendo que la escena es eminentemente mesiánica; el relato está proclamando, ya desde el principio, que Jesús es el Mesías y que se propone actuar como tal. Jesús es “el que había de venir”, “el que viene en el nombre del Señor”.

El evangelista pone un interés especial en describir a un Jinete con una cabalgadura singular. A decir verdad tanto el Jinete como la cabalgadura resultan sorprendentes. Es el único pasaje en que se dice que Jesús va “cabalgando”. Por otra parte, no resulta fácil cabalgar sobre un asno, teniendo en cuenta como nota distintiva que todavía no había sido domado. Añádase que los peregrinos debían entrar a pie en la ciudad. Todos ellos son rasgos sumamente extraños. El evangelista conocía muy bien estas dificultades y “rarezas”. Y las utiliza, a pesar de todo, para decir al lector que se halla ante el cumplimiento de la profecía que anuncia a Jerusalén que su rey se acerca a ella montado en un asno: “Alégrate con alegría grande, hija de Sión. Salta de júbilo, hija de Jerusalén. Mira que viene a ti tu rey. Justo y salvador, humilde, montado en un asno, en un pollino hijo de asna” (Zac 9,9).

La entrada de Jesús en Jerusalén cumple la antigua profecía. Para que el cumplimiento sea exacto es posible que se añadan algunos rasgos o detalles poco verosímiles pero que son útiles para la finalidad que el evangelista los utiliza. También la descripción del pollino está al servicio de la enseñanza. Era un axioma indiscutible que un animal utilizado para fines sagrados, fueran los que fuesen, no podía haber sido empleado en otros menesteres. Por eso era nuevo, no había sido domado ni había sido utilizado por nadie, a pesar de todas las graves dificultades que su utilización por primera vez llevaba consigo. Estas no son tenidas en cuenta porque están al servicio de la enseñanza teológica.

Entrada mesiánica. Hemos puesto de relieve la profundidad del texto bíblico. Más allá del dato histórico o geográfico y sobre ellos se monta una concepción teológica. Todos los detalles mencionados en el texto están proclamando que aquella entrada de Jesús en Jerusalén fue una entrada mesiánica. La extraña combinación de elementos mesiánicos y no mesiánicos constituye la clave de la interpretación del relato.

La palabra Hosanna procede del Sal 118, 25-26. Significa “Yahvé salva, Yahvé ayuda, Yahvé da la victoria”. El “Hosanna en las alturas” equivale a decir: “Ayúdanos, Señor, tú que vives en el cielo”. En tiempos de Jesús tenía también un sentido más amplio en la línea siguiente: “salud y bendición”, “la salud y bendición de Dios vengan sobre nosotros”. O el otro más popular y festivo de ¡Viva!, que hemos aceptado en el texto.

El mesianismo de la escena es subrayado por otra serie de detalles: el conocimiento sobrehumano de Jesús, intencionadamente afirmado en la escena del pollino. El grito “Hosanna” presentaba a Jesús realizando la salvación que Yahvé había prometido a su pueblo. La venida de Yahvé se halla realizada por “el que viene”. La llegada de Jesús a Jerusalén es presentada como la entrada del rey, es una entrada regia o real: a Jesús se le llama “Señor”; el follaje que, a modo de alfombra se tiende ante el Soberano que pasa; el pollino que estaba preparado para que fuese utilizado por el Señor; la expresión: “el reino que viene, el de nuestro padre David, proviene de Zac 9,9, que habla explícitamente del rey.

 

Evangelio II (Mc 14,1-15,47).

Es el relato de la pasión. Su extensión y profundidad nos invitan más a la contemplación que al comentario. Renunciamos a él y, en compensación, intentaremos ofrecer una síntesis de los pensamientos más sobresalientes que puedan ayudarnos en la meditación.

La presentación histórica de la pasión constituye la infraestructura o el soporte del edificio doctrinal. Lo visible y constatable alcanza todo su significado en la realidad a la que apunta; en su conjunción intencionada se expresa toda su dimensión salvadora; la fusión inseparable de los diversos motivos, de los intereses convergentes y de la finalidad última establecida por el Protagonista supremo de la misma la convierte en el acontecimiento fundante del cristianismo con todo su poder salvador. Cada uno de los narradores acentúa sus puntos de vista. Unos a otros se enriquecen y nos ayudan a comprender la profundidad inmensa de donde surge su fuerza de interpelación.

La narración de Marcos acentúa en el proceso de la pasión los pensamientos siguientes: la cruz es salvación; la humillación de Jesús es su exaltación; el camino del discipulado es el camino del sufrimiento; un centurión gentil confiesa a Jesús como el Hijo de Dios (15,39); el que muere en la cruz, abandonado de Dios, está cumpliendo su voluntad (15,34; 14,36).

El interés primordial es cristológico: el “secreto mesiánico” es desvelado en la pasión: en el proceso ante el sanedrin (14,53-65), en la respuesta dada al sumo sacerdote: Yo soy... y veréis al Hijo del hombre sentado a la derecha del Poder y venir sobre las nubes del cielo (14,62), en la que la respuesta va más allá de la pregunta, presentándose Jesús no sólo como el Hijo de Dios, sino también como el Hijo del hombre. Tengamos en cuenta que esta adición por parte de Jesús precisa la categoría de Hijo del hombre como aquel que tiene poder de perdonar los pecados (2,1-11.28); que actualmente sigue el camino del sufrimiento (8,31; 9,31; 10, 32-33.45; 14, 21.41) y se revelará plenamente en su gloria a los elegidos (8,38; 13,26; 14,62). Acentuemos que, por primera vez en el evangelio de Marcos, Jesús se presenta como el Mesías ante el Sanedrin y como Rey ante Pilato.

Con el desvelamiento del “secreto mesiánico” en el relato de la pasión, Marcos pretende afirmar que sólo aquellos que siguen al Maestro en el camino de la cruz comprenderán quién es y sólo ellos se beneficiarán de su poder salvador. Frente a los discípulos, que huyen abandonando a Jesús (14,50.66-72), se destaca el testimonio de las mujeres fieles, que acompañan a Jesús hasta la cruz (15,40-41) y son ellas las que reciben la noticia de la resurrección y el encargo de anunciarla en primer lugar (16,1-7).

En consecuencia, la narración de la pasión se ha convertido en Marcos en una teología de la misma. Al lector se le llama la atención sobre lo siguiente: el humillado es el Mesías, el camino del discipulado es el camino de la cruz, y el pequeño grupo que espera en Galilea es el nuevo templo “no hecho por mano de hombres” (14,58). El relato de Marcos conserva el carácter kerigmático, dándole un alcance mayor. Converge con él en poner de relieve la muerte eficaz del Hijo de Dios, venido para salvar a los hombres del pecado. El lector se encuentra ante este misterio y es invitado a confesar, por su fe, que Jesús es el Cristo, el rey de los judíos, el Hijo de Dios. De este modo Marcos invita a sus lectores a un acto de fe en la paradoja de la cruz.

Felipe F. Ramos

Lectoral