PASCUA, Domingo IV


Evangelio: Jn 10,11-18:

En aquel tiempo dijo Jesús a los fariseos: Yo soy el buen Pastor. El buen pastor da la vida por las ovejas; el asalariado, que no es pastor ni dueño de las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye; y el lobo hará estrago y las dispersa; y es que a un asalariado no le importan las ovejas.

Yo soy el buen pastor, que conozco a las mías y las mías me conocen, igual que el Padre me conoce y yo conozco al Padre; yo doy mi vida por las ovejas. Tengo, además, otras ovejas que no son de este redil: también a esas las tengo que traer; y escucharán mi voz y habrá un solo rebaño y un solo pastor.

Por eso me ama el Padre: porque yo entrego mi vida para poder recuperarla. Nadie me la quita, sino que yo la entrego libremente. Tengo poder para quitarla y tengo poder para recuperarla. Este mandato he recibido del Padre.

Comentario: Antes del desarrollo de esta preciosa joya literaria y teológica que nos ofrece el evangelio de Juan, y para comprenderla en toda su belleza, es necesario que expongamos previamente su contexto inmediatamente anterior. La valoración del “buen” pastor resulta más fácil y atractiva cuando se tienen delante los pastores egoístas que se apacientan a sí mismos y no les importan las ovejas que tienen encomendadas. De esto ha hablado Jesús antes de su autopresentación como pastor. El diálogo-monólogo anterior contiene germinalmente y adelanta el tema que ahora comienza a desarrollarse.

Los fariseos, los falsos pastores, han excomulgado y echado de la sinagoga al ciego de nacimiento (Jn 9,34).  En clara e intencionada contraposición con el buen pastor, los dirigentes judíos de la época, el judaísmo fariseo, es fustigado durísimamente por Jesús. En relación con el rebaño que debían apacentar son ladrones y salteadores (10,1b.8); son extraños, a los que no conocen ni siguen las ovejas (10,5); son gente que roba, mata y destruye (10,10); son asalariados irresponsables (10,12-13). Por el contrario, Jesús, el buen pastor, busca la oveja perdida, la encuentra y la acoge (Jn 9,35).

El contraste tan violento que acabamos de ver nos es descrito mediante dos parábolas: la del pastor (Jn 10,1-6) y la de la puerta (10,7-9). Se trata, en parte, de parábolas y, en parte, de alegorías. En realidad habría que hablar de un discurso simbólico en el que, junto al simbolismo, aparece el lenguaje directo. En ellas se expone la distinta relación existente entre los fariseos y la gente a la que gobiernan, por un lado, y entre Jesús y los creyentes, por otro. Se pone de manifiesto la seguridad de las ovejas gracias a su pertenencia a Jesús (el redil) y su acceso seguro a la salud (la puerta). Jesús no explota a sus ovejas, está a su servicio, da su vida por ellas, las conoce individualmente con un conocimiento amoroso, que es el propiamente bíblico.

Literariamente hablando este discurso simbólico está construido con materiales procedentes del AT. En particular se halla presente y subyacente Ez 34 y 37,16ss, donde se encuentra la llave para la comprensión de la metáfora del pastor y del rebaño. Su contenido esencial se centra en que los dirigentes de Israel son falsos pastores. Precisamente por eso son destituidos por el Señor mismo de su ministerio. En su lugar él mismo buscará y cuidará a su rebaño; y pondrá al frente del mismo a un pastor-Mesías de la línea de David. El librará a su rebaño de todo mal. Así es como lo presenta Ezequiel en la gran visión profética que nos ofrece en Ez 34.

La descripción que nos ofrece el evangelio de Juan sobre Jesús como buen pastor pretende afirmar que la promesa de Dios, anunciada por Ezequiel, se cumple en él. El buen pastor es Dios encarnado: Yo mismo iré a buscar a mis ovejas y las reuniré (Ez 34,11); es él quien da su vida por las ovejas, para que éstas tengan la plenitud de la vida (Jn 10,10). El Parabolista acentúa como característica del pastor “ideal”, de “el bueno”, el poner la vida. Así se expresa el texto griego. Una fórmula que nunca tiene el sentido de entregarla a la muerte. Si el pastor muriera las ovejas correrían la misma suerte. Quedarían expuestas al peligro mortal del lobo o de otros animales rapaces. Poner la vida significa exponerlaarriesgarla, para defender a aquellos que están sometidos a un peligro mortal. Es “jugarse la vida” para liberar de la muerte a aquellos que están amenazados por ella. Como hizo David que, como pastor “ideal” puso en peligro su vida para defender a las ovejas de su padre (1Sam 17,34-35). Aducimos el ejemplo de David porque es una figura mesiánica. Se convierte, en la pluma del evangelista, en el símbolo más claro de Jesús.

A esta estructura fundamental subyacente hay que añadir el comentario que hizo de ella la tradición común cristiana. Jesús compara a la gente que le sigue con las ovejas que no tienen pastor (Mc 6,34) o a las que les ha sido quitado el que tenían (Mc 14,27). Mateo y Lucas nos cuentan la parábola de la oveja perdida (Mt 18,12-14; Lc 15,4-7). La primera carta de Pedro interpreta la imagen con profundidad y belleza singulares: “Porque erais como ovejas descarriadas; mas ahora os habéis vuelto  al pastor y guardián de vuestras vidas” (1Pe 2,25). Cristo como nuestro pastor y guardián.

Además de las referencias al AT, nuestro texto tiene delante otras más cercanas, procedentes de la gnosis. Los gnósticos pensaban que ellos participaban o tenían parte en las chispas de la divinidad dispersas por el mundo. Ellos eran “de los suyos”, del Revelador, y por eso existía ese conocimiento ( =gnosis, significa conocimiento) mutuo: ellos conocían al Revelador y el Revelador les conocía a ellos. También para los esenios Dios es la fuente del conocimiento y el iniciador de una iluminación que permite a los fieles descubrir los misterios de Dios.

Aunque el lenguaje de los gnósticos es parecido al que utiliza el evangelio de Juan hay que notar las diferencias entre ellos: para el cuarto evangelio, siguiendo la línea del Antiguo Testamento (Dt 4,32ss; Ez 20,10.20; Is 49,22-23.24-26) el conocimiento es el reconocimiento de la soberanía divina y la aceptación de sus exigencias (Is 1,2ss; Jer 9,3-5; 31,34).

La garantía del verdadero conocimiento de Dios es la obediencia concreta de su voluntad (Jer 16,11). Implica, por tanto, el comportamiento ético adecuado, el aspecto moral, del que prescindían los gnósticos. Igualmente el evangelio de Juan habla de un conocimiento activo, de una relación personal entre el pastor y las ovejas, “como ” la que existe entre el Padre y el Hijo. Así como éste se expresa en el amor del Padre por el Hijo (Jn 3,35; 10,17; 15,9...) y en la obediencia del Hijo al Padre (Jn 4,34; 6,39...), del mismo modo el conocimiento del pastor se manifiesta en el amor por las ovejas (Jn 13,1; 15,12-13) y en la obediencia que las ovejas tienen al pastor (Jn 10,25-30.37-38). La fe se traduce aquí por el seguimiento de las ovejas al pastor (Jn 14, 21-24).

Felipe F. Ramos

Lectoral