TIEMPO ORDINARIO, Domingo XVII

Evangelio: Jn 6,1-15:

 

En aquel tiempo Jesús se marchó a la otra parte del lago de Galilea (o de Tiberíades). Lo seguía mucha gente, porque habían visto los signos que hacía con los enfermos. Subió Jesús entonces a la montaña y se sentó allí con sus discípulos.

Estaba cerca la Pascua, la fiesta de los judíos, y al ver que acudía mucha gente dijo a Felipe: ¿Con qué compraremos panes para que coman éstos? (lo decía para probarlo, pues bien sabía él lo que iba a hacer). Felipe le contestó: Doscientos denarios de pan no bastan para que a cada uno le toque un pedazo. Uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro le dijo: Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y un par de peces, pero ¿qué es eso para tantos? Jesús dijo: Decid a la gente que se siente en el suelo. Había mucha hierba en aquel sitio. Se sentaron: sólo los hombres eran unos cinco mil.

Jesús tomó los panes, dijo la acción de gracias y los repartió a los que estaban sentados; lo mismo todo lo que quisieron del pescado. Cuando se saciaron, dijo a sus discípulos: Recoged los pedazos que han sobrado; que nada se desperdicie. Los recogieron y llenaron doce canastas con los pedazos de los cinco panes de cebada que sobraron a los que habían comido. La gente entonces, al ver el signo que había hecho, decía: Este sí que es el Profeta que tenía que venir al mundo.

Jesús entonces, sabiendo que iban a llevárselo para proclamarlo rey, se retiró otra vez a la montaña, él solo.

 

 

Comentario:  El evangelista ha tomado como punto de partida un relato del que tenemos ejemplos paralelos tanto en la literatura judía como en la profana. Con la multiplicación de los panes el autor atribuye a Jesús lo que se contaba de grandes profetas y taumaturgos, con la intención de enseñar que quien tenga necesidad puede encontrar el remedio en Jesús. Mediante el presente relato el evangelista intenta destacar el conocimiento sobrehumano de Jesús. Jesús aparece como el Señor. Toda la situación se halla bajo su control; él sabe perfectamente lo que tiene que hacer en aquella situación. Jesús tiene la inicitativa en todo momento. El se adelanta a la necesidad que, en la presentación que hacen los Sinópticos de la misma escena ( Mc 6,35-38 y par.) le es manifestada a Jesús por sus discípulos.

 

El relato de Juan es como una parábola en acción que pretende destacar la finalidad por la que Jesús vino a este mundo. Esta acentuación hace que la escena se deshumanice en gran medida. Desaparecen los rasgos humanos, como la compasión por una gente que lleva mucho tiempo sin comer y se halla desfallecida. Son los Sinópticos los que han recogido la dimensión más “humanitaria” de la escena. Se acentúa su preocupación por el hombre para responder a sus necesidades más profundas. La gente seguía a Jesús porque veía los signos que hacía con los enfermos. Este hecho extraordinario evoca en la gente la figura de Moisés dando de comer al pueblo en el desierto.

 

Deduce que Jesús es el Profeta semejante a Moisés, y quieren hacerle rey (Jn 6,14s). Jesús aparece como el personaje central del relato. En el evangelio de Juan el papel de los discípulos queda reducido al de “acomodadores”. Naturalmente deben recoger también los doce cestos “sobrantes”. Pero el Pan del que se está hablando es Jesús mismo y es él quien lo da. Es una buena lección para aquellos discípulos y para los de todos los tiempos.

 

Se intenta destacar también el universalismo de la persona de Jesús. El número mil designa una gran muchedumbre. Ahora bien, ésta se ve multiplicada por cinco en el caso de las personas saciadas. Los números pretenden subrayar el aspecto simbólico del relato. El número siete, cinco panes y dos peces, presentan a Jesús como la plenitud de la gracia de Dios. Esta gracia es inagotable y permanece en la Iglesia para siempre. A esta realidad apunta el simbolismo de los doce cestos sobrantes. Deben servir para dar de comer a todo el pueblo de Dios, simbolizado en los Doce apóstoles y que comprende a todo el Israel de Dios (Gal 6,16), a todos los buscadores de Dios.

 

El cuarto evangelio es el que nos ofrece más pistas sobre la relación de este pasaje con la eucaristía: la lectura de Jn 6, 11 nos suena a celebración eucarística. Dentro del mismo merece especial mención el verbo que traducimos por “dando gracias” (= eujaristesas, en griego: el verbo preciso sobre la eucaristía). Es el verbo utilizado en la última cena (Mc 14,23 y par.) y en las referencias que Pablo hace a ella (1Cor 11,24). Más que de la multiplicación de los panes habría que hablar de la multiplicación del pan. Es evidente que el interés del narrador no está centrado en el hecho en sí, sino en su significado. En la mente del evangelista el milagro debe ser considerado como “signo”, que apunta a otro pan que pueda saciar toda clase de hambre. Así lo pondrán de relieve también tanto el discurso sobre el pan de vida (Jn 6,23-50) y el discurso eucarístico (Jn 6,51-58) que vienen a continuación en el texto y serán presentados como objeto de reflexión en los domingos siguientes.

 

Debe destacarse, sin embargo, que es todo el conjunto el que nos ofrece la base para afirmar que el evangelista intenta que sus lectores entiendan el relato como el signo de la salvación, que Jesús ha traído para los hombres. Es el cumplimiento de las esperanzas asociadas a la pascua: la liberación total del hombre de todas sus esclavitudes, incluida la de la muerte; es la superación de lo que parece imposible a los hombres (sólo se les ocurre pensar en el dinero: doscientos denarios, o lo que es igual, doscientos jornales, no servirían de mucho); es un gesto sólo comprensible desde la fe.

 

El poder de Jesús no debe ser mal entendido. El acepta ser “el profeta que había de venir”. Niega ser el rey que ellos esperaban. Se anticipa aquí la afirmación que hace el mismo Jesús ante Pilato: Mi Reino no es de este mundo (Jn 18,36). Jesús, en cuanto el enviado del Padre, no tiene pretensiones políticas; no entra en colisión con el César; el campo de sus competencias es distinto. De este modo se defendía también a la comunidad cristiana, que estaba siendo acusada por los judíos ante Roma de ser un movimiento político-revolucionario en lucha contra el Imperio (Hch 17,7).

 

El enfoque de la historicidad no debe hacerse ni desde las razones teológicas ensayadas previamente en los relatos del AT sobre Elías y Eliseo, profetas “multiplicadores” del pan (1Re 17,8ss; 2Re 4,42-44) y, menos aún, desde el contagio psicológico motivado por un “compartir” iniciado por Jesús e imitado por todos aquellos que habían llevado provisiones consigo. Apuntaría en esta dirección lo que Andrés dijo a Jesús: “Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces, ¿pero qué es esto para tantos? Este detalle afirma lo contrario. El problema no puede ser resuelto desde semejantes puntos de vista. El recurso al “compartir” equivaldría a la destrucción del milagro-signo. El “repartir y el compartir” es un tema obsesivo en el evangelio, en la predicación de Jesús, pero hay que buscarlo donde está, no aquí.

 

Lo verdaderamente razonable sería tomar como punto de partida las comidas de Jesús con toda clase de gente y buscar la dimensión simbólica de las mismas, que nos es ofrecida de forma expresa en los dos discursos citados más arriba, que constituyen la verdadera interpretación de este “signo”. Las comidas de Jesús con los pecadores era el signo más elocuente de la presencia del Reino.

 

Felipe F. Ramos

Lectoral