CUARESMA, DOMINGO V

Lecturas Bíblico-Litúrgicas:

1ª lectura: Is 43, 16-21
2ª lectura: Flp 3, 8-14
3ª lectura: Jn  8,1-11

 

El Dios bíblico no es definido por lo que es, sino por lo que hace. Sus acciones en un pasado remoto hicieron pasar a un pueblo esclavizado –el que un día sería su pueblo- a la libertad de disfrutar de la tierra propia. Pues bien, lo que ocurrió durante la esclavitud egipcia volverá a ocurrir con sus opresores de Babilonia. Entonces “abrió camino en el mar y senda en las aguas impetuosas”, es decir, el mar Rojo y el paso del Jordán fueron el camino de antaño preparado para los suyos y trampa mortal para sus enemigos. Como insuperable Ingeniero está especializado en proyectar y realizarcaminos. Del que nos habla hoy la primera lectura, no fue por las aguas sino por la arena del inmenso desierto que uniría a Babilonia con Palestina (Is 40, 3; 43, 19: ”voy a hacer una obra nueva, que ya está comenzando; ¿no la veis?  Voy a abrir un camino en el desierto y torrentes en las tierras áridas”

 

La referencia al nuevo Éxodo no puede ser más clara; la nueva realidad es descrita utilizando los recursos del antiguo (Is 41,22: ”Que se acerquen y nos anuncien lo que está por venir. ¿Qué predicciones hicisteis en lo pasado? Anunciadnos lo porvenir y veremos su cumplimiento”). Se trata de una nueva liberación; el trayecto a recorrer supone unos parajes distintos que sirven de género literario para expresar la nueva intervención de Dios a favor de su pueblo: la estepa –con su símbolo de creación primordial-, con sus animales habituales y los ríos que Yahvé hará brotar en ella para apagar la sed de su pueblo harán surgir un “cántico nuevo”, la alabanza debida al Creador que siempre resulta “novedosa” para quienes experimentan su acción liberadora.

 

La presencia benevolente de Dios se intensifica incluso cuando la respuesta del hombre se caracteriza por la infidelidad, como nos dice la tercera lectura de la liturgia de hoy. Con el pretexto de mantener la absoluta pureza de la Ley, sus representantes e intérpretes oficiales presentan a Jesús a una mujer que la había quebrantado gravemente cometiendo adulterio. Esta transgresión estaba penalizada con la muerte: Si adultera un hombre con la mujer de su prójimo, hombre y mujer adúlteros, serán castigados con la muerte (Lv 20, 10; en el Dt 22,22, se repite la ley anteriormente citada al pie de la letra). La pena era aplicada normalmente mediante la lapidación.

 

Los juristas de oficio sabían perfectamente que Jesús frecuentaba la compañía de los pecadores  e incluso que tenía amistad con ellos. Era algo que no podían soportar en un hombre que se presentaba como delegado de Dios y que actuaba con absoluta libertad para criticar todas las transgresiones de la verdadera Ley, también, y sobre todo, si se trataba de los dirigentes del pueblo. Esta actitud de Jesús había suscitado en ellos el deseo de cogerlo en algún renuncio serio que le hiciese perder definitivamente el juego.

 

En esta ocasión, la trampa estaba tan bien urdida que Jesús caería inevitablemente en ella. Le sitúan ante una alternativa que no admitía componendas. O una cosa o la otra. ¿Por cuál de las partes de la alternativa optaría Jesús? ¿Por la validez absoluta de la Ley o por su conducta amigable con los pecadores? La opción por una de las alternativas significaba la exclusión y la condenación de la opuesta. Mientras lo pensaba; Jesús se puso a escribir o a hacer cualquier tipo de signos con el dedo en el suelo. Una actitud de auténtica mofa y desprecio frente a unos adversarios que le estaban acechando como una fiera a su presa que consideraban ya entre sus garras. Esta vez no se les podía escapar. Sin duda que, al ver la actitud de Jesús, que hemos calificado de mofa y desprecio, sus acusadores la soportaron con la convicción de haber metido al Maestro en un callejón sin salida.

 

Cuando ya les había puesto nerviosos se incorporó e invitó a quien se considerase inocente que iniciase el castigo merecido por aquella mujer lanzando sobre ella la primera piedra. ¡Menuda salida!. El caso es que, sin aceptar la única alternativa posible, tal como los acosadores lo habían pensado, Jesús ofrecía otra con la que ellos no habían contado. Y ello sin salirse del caso por los cerros de Úbeda. La trascendencia soberana de su respuesta desarticuló la trampa en la que habían caído los que la tendieron. Como mínimo ellos eran tan pecadores como la mujer acusada. Nadie se atrevió a juzgarla. Y comenzó el desfile comenzando por aquellos que, por su edad y prestigio social, deberían haberse considerado como inocentes. Pues bien, nadie se atrevió a condenarla. Por supuesto, tampoco Jesús.

 

Creemos que el caso presentado a Jesús ocurrió realmente. Pero esto no significa que acabase de tener lugar y que los escribas y fariseos hubiesen sido testigos inmediatos del suceso. La mujer adúltera les había sido presentada a ellos en cuanto guardianes, intérpretes y jueces de la Ley, bien fuese por el propio marido o bien fuese porque el caso hubiese trascendido los límites del hogar familiar y el rumor o la noticia les obligase a juzgar el caso. Probablemente los jueces habrían ordenado que fuese conducida a su propio tribunal, pero, al pasar por las inmediaciones del templo y enterarse de que Jesús estaba allí enseñando, aprovecharon la ocasión para someterlo a prueba.

 

Esta pequeña unidad literaria no pertenece al evangelio de san Juan, aunque la leamos en él. Las razones para pensar así son múltiples y valiosas: rompe el contexto de los cap. 7-8; su contenido no encaja en este evangelio, que no está interesado en esta clase de problemas. Además falta en la mayor parte de los manuscritos antiguos y las referencias de los Padres de la Iglesia a ella son escasas. Otros manuscritos la colocan, dentro del evangelio, en sitios diversos, por ejemplo al final del mismo, como hacen actualmente algunas versiones modernas de la Biblia. En una serie de manuscritos la encontramos en el evangelio de Lucas, que sería uno de los lugares más adecuados, dado su interés por destacar la misericordia de Jesús. Y lo mismo podría afirmarse de la clasificación de los hombres en buenos y malos. Es un tema frecuente en los sinópticos, aunque también nos recuerda Juan que no debemos guiarnos por las apariencias (Jn 7,24: el texto se refiere a la valoración de la persona de Jesús).

 

En cualquier caso, la unidad literaria en cuestión pertenece al evangelio, dentro de la tradición sinóptica, y su contenido es claro: prohibe emitir juicios severos sobre los demás en relación con su culpabilidad moral, ya que el que así juzga es también culpable. No resistimos copiar la formulación paulina, que nos parece insuperable: “Por tanto, eres inexcusable, ¡oh hombre!, cualquiera que seas, tú que te eriges en juez, porque en aquello que juzgas a otro te condenas a ti mismo,  pues tú,  que condenas, cometes idénticas acciones” (Rm 2,1). De hecho Jesús vino a salvar a los pecadores, no a perderlos (Lc 19,10). Jesús, rompiendo los moldes establecidos por el puritanismo de la época, deja libre a la mujer concediéndola la vida.

 

Para terminar, probablemente deberíamos afirmar que esta historia nos es referida como una especie de escenificación de lo que afirma Jesús un podo más abajo: Vosotros juzgáis con criterios mundanos; yo no juzgo a nadie.

 

El calificativo del Camino abierto por Dios en Cristo para la salvación del hombre, le fue mostrado a Pablo, que lo aceptó y recorrió con valentía singular. Nos lo cuenta él mismo en la segunda lectura, que es la segunda parte de su curriculum vitae. En la primera parte (Flp 3,4-5) describe su comportamiento bajo la Ley. A este modo de comprender su vida sucedió otra forma de autocomprensión, que él comienza a describir con una partícula adversativa, pero... A partir del encuentro con Cristo (3,7ss), no cuenta ni sirve nada de lo anterior; ya no puede gloriarse en ello ni de ello; lo único importante es lanzarse en pos de Cristo y seguir su camino. Y esto es lo que significó su conversión: no un arrepentimiento del pasado –Pablo nunca manifiesta sentimientos de arrepentido, sino de convertido-, sino un lanzamiento a lo nuevo, al nuevo camino de salvación abierto por Dios en Cristo para que el hombre pueda recorrerlo, la renuncia a la Ley y la aceptación del Evangelio.

 

Felipe F. Ramos

Lectoral