(El Evangelio y los evangelios).
1º) El Evangelio como proclamación.
El Evangelio es proclamación o manifestación pública de todo el ser y quehacer de Jesús, desde su concepción hasta la resurrección: el anuncio del Reino y la inauguración del mismo, la explicación de su contenido y exigencias, las escenificaciones en imágenes, parábolas, discursos, discusiones, enseñanzas, sentencias, palabras y hechos. Cuando la palabra es utilizada por el primer evangelio escrito, el de Marcos, ya tenía el sentido de “proclamación”. Marcos se propuso dar a conocer el evangelio, es decir, describir la salud-salvación religiosa obrada por Dios en Cristo para el hombre. Una buena noticia, cuyo origen está en Dios y cuyos destinatarios son los hombres. De ahí que, en el evangelio de Marcos, llegue a establecerse una identidad entre Jesús y el evangelio, entre el evangelio y Jesús: “quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí y por el evangelio, la salvará” (Mc 8,35).
2º) El Evangelio y los evangelios.
La gran noticia, procedente de Dios y anunciada por Jesús, tiene como centro de gravedad la persona de Cristo, y muy particularmente el misterio de su pasión y de su muerte y resurrección. Durante más de treinta o cuarenta años existió el Evangelio sin los evangelios. En este período, la palabra “evangelio” no pertenecía todavía al terreno literario. Cuando era utilizada nadie pensaba en un o en unos libros llamados así. Hablar del evangelio era sinónimo de hablar de algo vital y teológico, de algo que no era leído, sino vivido en la confrontación personal con el misterio de Cristo. Período interesante, que lleva en su misma entraña la amonestación constante a no hacer del cristianismo una religión del libro ni a reducirlo a una ideología, por luminosa que ella pudiera ser.
Pablo predicó el Evangelio sin haber leído los evangelios. Cuando éstos fueron puestos por escrito, Pablo había redactado ya todas sus cartas. Pablo no leía los evangelios, sino que vivía y anunciaba el Evangelio. Lo único que él leía eran los libros del Antiguo Testamento. Era la única Biblia existente. Por eso no podía pasar sin ellos. Le eran tan necesarios como el abrigo para el invierno: “Procura venir pronto... Cuando vengas, tráeme la capa, que me dejé en Tróade, así como los libros, sobre todo los pergaminos” (2Tim 4,13).
La necesidad imperiosa que tiene Pablo de aquellos libros, que pide a Timoteo, nacía de lo que nosotros hemos afirmado ya. Su confrontación personal con Cristo y con su misterio le exigía colocar aquella gran novedad, que él comenzó a vivir desde el acontecimiento de Damasco, dentro del plan divino de la salud. Necesitaba recurrir al AT para entender y profundizar la realidad cristiana.
3º) Diferencias entre el Evangelio y los evangelios.
El evangelio es la buena noticia.- los evangelios son la escenificación de la misma. El evangelio es la proclamación confesional, el credo abreviado del pueblo de Dios.- los evangelios son relatos históricos que enraízan la fe en la historia y que, en un grado muy importante, justifican la aceptación del evangelio. El evangelio es la afirmación de lo esencial.- los evangelios son descripción que intenta hacer creíble lo simplemente afirmado. El evangelio es anuncio de la muerte y de la resurrección. Son los dos acontecimientos fundantes de la fe cristiana, los que constituyen el verdadero centro de interés.- los evangelios son la historia terrena de Jesús, que culmina en los relatos de la pasión y de la resurrección. El evangelio es el poder de Dios para la salvación de todo aquel que lo acepta en la fe.- los evangelios son manifestaciones concretas y tangibles, al menos hasta cierto punto, de este poder. El Evangelio es accesible únicamente mediante la fe; los evangelios lo son mediante el estudio y la investigación.
4º) Conexión entre el evangelio y los evangelios.
Hemos acentuado, tal vez excesivamente, las diferencias entre el evangelio y los evangelios. Creíamos necesario insistir en este punto para restituir a la palabra “evangelio” su sentido original; para sacarla del terreno literario, al que había sido confinada, y colocarla en el plano teológico, al que originariamente perteneció; y ellos para que tomemos conciencia de que, al hablar del evangelio, no nos referimos a unos escritos, sino a la acción llevada a cabo por Dios en Cristo para la salvación del hombre. Las obras llamadas evangelios pretenden únicamente dejar constancia de este hecho, de dicha acción de Dios.
Una vez establecidas las diferencias entre el evangelio y los evangelios es conveniente poner de relieve la conexión existente entre ellos. Uno y otros tienen el mismo origen. El Evangelio surgió con la resurrección de Jesús. A partir del momento en que los primeros discípulos adquieren la total certeza de que el Crucificado vivía, comienza la proclamación del evangelio: vosotros le disteis muerte; Dios lo resucitó. Esta fue la proclamación esencial, el evangelio, el kerigma original. Y este fue también el punto de partida del nacimiento de los evangelios. Cierto que fueron puestos por escrito muchos años más tarde. Pero fue la resurrección la que hizo que, con Jesús, resucitase también su pasado. La resurrección de Jesús resucitó el pasado de Jesús; hizo revivir el recuerdo de lo que él había dicho y hecho. Paradójicamente, el final de su historia fue el verdadero comienzo de la misma. Uno y otros tienen la misma finalidad. Tanto el kerigma-proclamación como los evangelios escritos pretenden llevar a los oyentes y a los lectores, respectivamente, a la fe en Jesús en cuanto Señor. El apóstol Pablo lo dice así: “Tanto yo como ellos –los demás apóstoles- esto predicamos y esto habéis creído” (1Cor 15,11).
La mejor conexión entre el Evangelio y los evangelios fue la que hicieron aquellos primeros cristianos al completar el nombre de Jesús con el título de Cristo. Así resultó Jesucristo. Estas dos palabras unidas, Jesús-Cristo, constituyen una de las primeras fórmulas confesionales del cristianismo de los orígenes. Al unirlas en un solo nombre quieren decir lo siguiente: Jesús es el Cristo, el portador de la salud, el Mesías anunciado, la culminación y el cumplimiento último de las promesas, la plenitud de la esperanza. Jesucristo es, de este modo, el Evangelio. Pero este evangelio, esta salud y realización de las promesas es Jesús de Nazaret. No se trata de algo ahistórico, atemporal y mítico. Es una figura histórica concreta cuya vida, al menos hasta un cierto límite, puede ser reconstruida; cuya enseñanza puede también, de algún modo, ser perfilada; cuyas acciones fueron vistas y fiscalizadas.
5º) Los evangelios desde el Evangelio.
De la confrontación hecha entre el evangelio y los evangelios puede deducirse que éstos se centran en la historia y vida de Jesús. Por otra parte, sabemos que los evangelios no son ni una historia ni una biografía, ni memorias de un personaje en razón de su celebridad. ¿No existe una contradicción entre ambas afirmaciones?
Los evangelios recogen las tradiciones sobre Jesús, sus palabras y hechos, discursos y discusiones con sus adversarios... Tengamos en cuenta, no obstante, que todo esto comenzó a hacerse después de la resurrección y gracias a ella. Ya hemos dicho que fue la resurrección de Jesús la que resucitó su pasado. Pero lo importante no es sólo eso. Este pasado fue reconstruido desde el presente, desde la fe en Cristo resucitado. Y este presente, el Cristo resucitado, influyó decisivamente en la reconstrucción del pasado. Dicho de otro modo: los discípulos y ministros de la palabra no se limitaron a repetir el pasado de Jesús, sino que lo actualizaron y lo interpretaron a la luz de la resurrección. Todo el pasado de Jesús fue visto desde el prisma de la resurrección; todas las tradiciones anteriores quedaron marcadas por la impronta del kerigma. Esto es lo que queremos decir con el título de “los evangelios desde el evangelio”: “los evangelios fueron escritos desde el Evangelio”.
La importancia del hecho que estamos constatando es extraordinaria. Porque este hecho es el que mejor define la naturaleza específica de los evangelios. En todos y en cada uno de los relatos que los componen es preciso contar con dos elementos igualmente importantes: historia y teología, narración histórica y fe, hecho e interpretación. La historia se halla puesta al servicio de la fe, y la fe nos es presentada sobre el andamiaje histórico. Ambas realidades se hallan íntimamente unidas y resultan inseparables; ambas realidades se necesitan y apoyan. Intentar separarlas, mediante el estudio crítico de los textos, sea de la naturaleza que sea, equivale a destruirlas. Dejarían de ser lo que son y comenzarían a ser otra cosa. Ya no serían Evangelio ni evangelios.
Felipe F. Ramos
Lectoral