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TIEMPO ORDINARIO, Domingo XV

Lecturas Bíblico-Litúrgicas:

1ª lectura: Is 55,10-11
2ª lectura: Rm 8,18-23
3ª lectura: Mt 13,1-23

 

El profeta Isaías quiere que las cosas queden claras desde el principio. Declara abiertamente su oposición contra aquellos que desconfían de sus palabras  sobre el plan de Dios  y sobre l a conversión.  Ya lo había hecho antes (Is 49, 9-13 y 49,24-26). La razón suprema es que los planes de Dios, en su conocimiento e inteligencia, superan infinitamente los de los hombres y que el plan de Dios sobre la conversión se realizará lo mismo que los sucesos de la naturaleza, la lluvia y la nieve, que cumplen la misión que Dios los ha encomendado antes de volver hasta él (primera lectura).

La “palabra de Dios” nos es presentada “personificada”. Actúa como una persona, como un mensajero que marcha velozmente a cumplir el encargo recibido: “El manda su decreto a la tierra, y su palabra corre velocísimamente “ Sal 147,15; “Mandó su palabra y los sanó y los sacó de la perdición “(Sal 107, 20); “Tu palabra omnipotente de los cielos, de tu trono real, cual invencible guerrero se lanzó en medio de la tierra destinada a la ruina” (Sb 18,15). Su victoria es imaginada utilizando los medios a su disposición, sus flechas y dardos, sinónimos de los rayos y relámpagos (Sb 18,15).

 

La palabra de Dios tiene una eficacia interna y cumple su misión como los fenómenos de la naturaleza. El evangelio de Hoy se sirve de uno de ellos, en particular el de la sementera (tercera lectura). El título de “El sembrador”, dado habitualmente a esta parábola puede prejuzgar seriamente su contenido. ¿Es él el protagonista de la parábola? El Parabolista, ¿le ha situado en el centro de interés de su narración o le tiene en cuenta desde su funcionalidad? Evidentemente, sin sembrador no puede haber sementera. Pero el primero está en función de la segunda. El título más adecuado  sería “El sembrador y su sementera”.

 

Los obstáculos con los que tropieza el reino de Dios en su desarrollo terreno se hallan explícitamente mencionados en la parábola. Nos la ofrecen los tres sinópticos. El sembrador de la parábola tira a boleo su semilla sobre un barbecho inculto. Tal era la costumbre en tiempos de Jesús. Sembraban antes de arar. Esto explica que parte de la semilla caiga en el camino o, más bien, en las sendas abiertas por los transeúntes desde la recogida de la última cosecha, o en terreno pedregoso o rocoso o entre la maleza que brota en todo campo sin cultivar. El sembrador lo hace conscientemente. ¿Por qué? Porque acto seguido pasará el arado, que cultivará el camino o sendas endurecidas y enterrará la maleza o malas hierbas que haya en el campo.

 

El terreno rocoso, no simplemente pedregoso, se halla cubierto de una capa tenue de tierra que dificulta la apreciación de la verdadera clase del mismo. Este suelo rocoso será descubierto al pasar el arado sobre él. Demasiado tarde. Porque la semilla ha sido esparcida en todo el campo. Lo sembradores actuales, que utilizan esas potentes máquinas agrícolas, deberán evocar los aperos e instrumentos rudimentarios del pasado, si quieren entender la parábola.

 

La historieta narrada es un modelo literario en su género. Destaca por su concisión, por la repetición hasta lograr un esquema reiterado constantemente y por su finalidad sorprendente y desconcertante. En este final aparece la “extravagancia” o “absurdidad” de lo ocurrido El oyente-lector se siente desconcertado ante las inverosimilitudes de lo oído o leído. ¿Dónde se da semejante cosecha? Esta pregunta le obliga a situarse en un nivel superior al que le ofrece la experiencia; le impulsa a buscar la verdad escondida en una cosecha inverosímil; le ofrece la posibilidad de abrirse a un mensaje fundamental que le asegura que las cosas no son como parecen; es necesario llegar hasta la realidad oculta y más profunda escondida bajo la imagen.

 

Efectivamente, las cifras son fantásticas, “parabólicas”. Una buena cosecha en Palestina -antes de implantar los regadíos por aspersión establecidos por los judíos- no excede la producción del diez por uno. Entre las descripciones poéticas que el AT hace del tiempo de la salud figura la asombrosa fecundidad del terreno. Y los rabinos describían también los tiempos mesiánicos aludiendo a una producción fantástica de la tierra, que evocaba los días del paraíso. Cristo utilizó la misma imagen. Y hace recaer el acento parabólico no en la semilla que se pierde, sino en la cosecha que se logra, y que supera todo cálculo previsible. Lo mismo ocurre con el reino de Dios. Sus comienzos no son halagüeños. Más bien hacían pensar en un fracaso rotundo. Pero, por tratarse de una sementera divina, se logrará una gran cosecha.

 

La parábola ilustra la oferta generosa de Dios, que nos regala su Reino en la persona y en la obra de Jesús. Uno o el otro, o los dos, son el sembrador. A pesar del fracaso de la semilla en las tres clases de terrenos improductivos la cosecha será abundantísima y compensará los esfuerzos del labrador. Repitamos, una vez más, que el centro de gravedad es la gran cosecha; el protagonista no es el labrador, sino el grano esparcido a boleo en su campo. La parábola fue utilizada como estímulo ante una experiencia aparentemente frustrada. A pesar de la oposición y de los oponentes al Reino, que había hecho su aparición con y en la persona de Jesús, la cosecha será espléndida. Como únicamente es imaginable en la sementera divina.

 

El sembrador “de la Palabra” tropezaba con una serie de obstáculos que parecían  ahogar toda esperanza:  superficialidad  indiferente  de  los  oyentes (Mc 6,5-6); su positiva adversidad frente al Reino (Mc 3,6); su inconstancia ante las exigencias de la fe (Jn 6,60). La interpretación de la parábola pone de relieve las dificultades con que tropieza la “Palabra”. Se desplaza el acento parabólico. No es la gran cosecha lograda lo que se pone en primer plano, sino la semilla perdida. El fruto se halla condicionado por las disposiciones y actitudes humanas ante la Palabra. Fructifica en proporción directa a la calidad del terreno, a las diversas disposiciones de los oyentes.

 

Nos estamos refiriendo a la explicación de la parábola (Mt 13,13-20). Dicha explicación es una interpretación alegórica hecha por la Iglesia. Así lo demuestra el desplazamiento del interés de la narración. En lugar de la cosecha abundante, se ponen en primer plano las tres cuartas partes improductivas. Y la explicación alegórico-simbólica que justifica las causas de la improductividad: la acción de Satanás; las persecuciones y los intereses humanos... son la mejor confirmación de una interpretación posterior.

 

La interpretación de la parábola es como una homilía cuyo centro de interés son los obstáculos que se oponen a la fe y que proceden de las presiones internas y externas a las que se ve sometido el hombre. Esto se halla simbolizado en las tres clases de terreno en los que la semilla se pierde. A pesar de la pérdida de  gran parte de la semilla, el Parabolista, también en la explicación añadida, pone de relieve la abundancia de la cosecha. Todos los labradores saben que, en sus fincas, hay zonas de mejor o de peor tierra. A pesar de ello siembran toda la finca. Tanto en la parábola como en su explicación Jesús remitía a sus oyentes a los hechos de la historia pasada y presente; en ellos se advierte que ha llegado el tiempo de lograr los beneficios de todo el proceso. Como dijimos más arriba, el sembrador (=speirón, en griego) puede designar a Dios o a Jesús. La palabra sembrada, el logos, se convirtió en un término técnico para designar el mensaje cristiano (1Ts 2,13; 1Co 14,26; 2Co 2,17;4,2: Col 1,25).

 

La parábola expone la verdadera naturaleza del Reino. Los tres obstáculos que encuentra para que la semilla alcance su período de madurez significan simplemente que una parte más o menos grande de la semilla se pierde. Como en toda sementera. Pero, pesar de todo, y llegamos así a un contraste intencionado, el sembrador logra una gran cosecha; el reino de Dios se establece en la tierra con un éxito desproporcionado a sus comienzos humildes y adversos. Jesús levantaba así el ánimo desilusionado de sus discípulos. A pesar del fracaso aparente del Reino, de la predicación y del mensaje cristiano, despreciado o perseguido, el poder de Dios logrará que la esperanza del sembrador se vea colmada con abundante cosecha.

 

De este pensamiento fundamental se pasa fácilmente a otro secundario con relación a la parábola: ¿dónde se logrará esta gran cosecha? Esto dependerá de las disposiciones de los oyentes de la Palabra. El fruto de la semilla depende de vosotros. La parábola adquirió así este acento parenético, moralizador, en la interpretación que de ella hizo la catequesis primitiva.

 

Entre la parábola y su interpretación nos encontramos con un texto torturante. Nos habla de la finalidad de las parábolas con palabras escandalosas. ¿Acaso Jesús utilizó las parábolas para que no le entendiesen? Ha habido dos teorías que se han hecho clásicas para explicar estas duras palabras: la teoría de la justicia, según la cual la parábola oculta la verdad para castigar la infidelidad del pueblo que ha rechazado la palabra de Dios cuando le era expuesta con toda claridad. Esta teoría va en contra de la naturaleza de las parábolas, y en contra de la misión de Jesús. De haberlo hecho así habría que calificarlo, además, de impío. La teoría de la misericordia lo explica porque la parábola,al no hablar con claridad, se mitiga la culpabilidad de los que no creían. Teoría injustificada desde las mismas parábolas, que son suficientemente claras. Jesús hablaba no sólo con claridad sino con crudeza.

 

Para resolver  el problema  hay que contar  con los  elementos siguientes: a) El texto está fuera de lugar, como lo demuestra el hecho elemental de que Jesús es preguntado por “las” parábolas cuando, en realidad, no ha expuesto más que una; b) la expresión se referiría originariamente a toda la enseñanza de Jesús, ya que el término “parábola” (=mashal, en hebreo) puede significar tanto parábola, como misterio, sentencia, enigma, proverbio, enseñanza; c) esta diversidad de significados hizo que al traducir el vocablo mashal al griego, y posteriormente a las demás lenguas, se convirtiese en “parábola”; d) el texto se halla traducido defectuosamente y, reconstruyéndolo en su forma original aramea, lo tendríamos así:

 

“A vosotros os ha sido dado a conocer el misterio del reino de Dios, pero a los de fuera todo les resulta misterioso. A continuación viene la partícula final “para que”, pero esta partícula puede ser, además de final, consecutiva y entonces la traduciríamos así: “de modo que se cumple la palabra de la Escritura” (a continuación viene la cita del profeta Isaías, 6,6-9). Quedan, por tanto, las últimas palabras, las más “escandalosas”: “no sea que se conviertan...”. Tendríamos aquí latente o subyacente la partícula aramea dilema, que, además de los sentidos “para que no”, “no sea que”, tiene también este otro “sea, pues, que...” y en este sentido debe ser entendida aquí.

 

La conclusión que parece imponerse hoy es que la traducción del célebre y torturante texto debe ser la siguiente: “A vosotros os ha dado Dios a conocer el misterio del Reino; para los que están fuera todo es misterioso, de modo que (como está escrito) miran y no ven, oyen y no entienden; que se conviertan, pues, y Dios les perdonará”. La solución de los que están fuera, de los no creyentes, no es desesperada. Todavía tienen una oportunidad: que se conviertan. Así podrán pertenecer al discipulado cristiano.

 

El pasaje de la carta a los romanos (segunda lectura) se inicia acentuando la necesidad del sufrimiento. Pero, ¿quién puede tomar en serio esa especie de amenaza si no es contraponiéndola, como consuelo, que es mucho más intensa la gloria que nos espera?: “Porque nuestra tribulación, momentánea y leve, nos produce sobre toda medida un peso eterno de gloria” (2Co 4,17). Porque la gloria es superior a los padecimientos, por los que pasa la creación (Rm 8,19-22), por los que pasan lo cristianos (v.23-25) e incluso el Espíritu Santo (v.26s). ¿Cómo puede el Dios misericordioso no tenerlos en cuenta?

 

Todas las criaturas buscan y tienden hacia  esa  gloria. Los cristianos son hijos de Dios, pero, como la misma vida de Cristo, así nuestra situación de hijos está escondida ante el mundo, porque se halla visible y palpable “la carne de pecado”, el aspecto pecador del hombre. Pero, al final, nuestra filiación romperá su cobertura y se manifestará en plena luz: “Porque habéis muerto y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando Cristo, nuestra vida, se manifieste, también vosotros apareceréis juntamente con él revestidos de gloria” (Col 3,3-4). Todas las criaturas caminan, aunque sea inconscientemente, hacia ese día.

 

Pablo siente el gemido y la añoranza del kosmos por su liberación. El no lo experimenta, pero es una realidad tangible en la vida creyente. Dios ha querido que el hombre se sienta inseparablemente unido a esta situación porque la naturaleza cósmica y la humana constituyen una unidad de la obra creadora de Dios.

 

Felipe F. Ramos

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