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TRIDUO PASCUAL, Viernes Santo

Tratamiento despiadado: Mc 14,65-72. “Del árbol caído todos hacen leña”.

Aunque siempre existan excepciones lamentables, los hombres coincididos en dignidad son conscientes de las exigencias sociales que les impone su categoría social y de la adecuada conducta que ella les exige; no harán declaraciones infamantes contra nadie; cuidarán muy bien las formas sociales, poniendo freno a sus naturales y primeros impulsos; contendrán sus deseos de venganza, no rebajándose al insulto personal ni, mucho menos, tomarán la justicia por su propia cuenta descargando su mano airada sobre sus enemigos.

La escena de los ultrajes. ¿Tuvieron las reflexiones anteriores una excepción en el caso de Jesús? (Mc 14,65). No lo creemos. ¿Por qué, entonces, nos lo cuenta  el evangelista? Existe unarazón teológica: el Hijo del hombre, que había venido para crear el pueblo de los santos del Altísimo (Dn 7,13ss), no es un aerolito caído del cielo, sino un ser plenamente humano; cuya misión no sólo no fue comprendida sino que él mismo fue vilipendiado, ultrajado en sumo grado, incluso por los dirigentes del pueblo al que se dirigía en primer lugar su misión.

La razón bíblica pretende presentar a Jesús realizando en plenitud lo anunciado sobre la figura del siervo de Yahvé. Por eso aplica a Jesús las características con las que había sido descrito por Isaías: “Pero fue él, ciertamente, quien tomó sobre sí nuestras enfermedades y cargó con nuestros dolores, y nosotros le tuvimos por castigado y herido por Dios y humillado. Traspasado por nuestros pecados, triturado por nuestras iniquidades; el castigo, precio de nuestra paz, cae sobre él, y a causa de sus llagas hemos sido curados”; “Con violencia e injusticia fue apresado; de su causa, ¿quién se cuida? Fue arrancado de la tierra de los vivos, herido de muerte por los pecados de mi pueblo” (Is 53, 4-5. 8-9). Incluso los falsos testimonios buscados corresponden al proceso del siervo de Yahvé.

Por razones pedagógicas se recurre al clisé que había sido elaborado para describir la persecución del hombre justo, del verdadero mártir por la causa de Dios (Mt 5,10-12). Es evidente que nuestro evangelista pretende presentar a Jesús como el mártir perfecto, como el testigo cualificado de Dios.

La escena de los ultrajes de Jesús corrió a cargo de los soldados, como era habitual. Ellos pasaban las vigilias nocturnas divirtiéndose a costa de los encarcelados y, en especial, de los condenados a muerte. Ha sido el evangelista, o la tradición anterior a él, la que hizo extensiva la burla, el menosprecio y los ultrajes mencionados a los miembros del sanedrin.

Las negaciones de Pedro. Nos encontramos ante una narración histórica. Nadie se hubiese atrevido a inventar una escena que redundaba en claro desprestigio de Pedro que, ya entonces, era el “jefe” indiscutible. Añadamos a esto la coincidencia de los evangelios: todos coinciden en afirmar la triplicidad de la negación; el inicio de las mismas se halla suscitado por una criada; la presencia de Pedro en el atrio del sumo sacerdote se halla justificada por la fidelidad que había jurado al Maestro; el fuego al que se calentaban los siervos y Pedro; el reconocimiento de éste por su acento galileo; el canto del gallo, que recuerda a Pedro la palabra anunciadora de Jesús.

La afirmación sobre la historicidad de la escena, sin embargo, no pretende obligarnos a pensar que las cosas ocurriesen exactamente como nos son presentadas en los evangelios. Es preciso tener en cuenta que la actitud de Pedro frente al enviado de Dios es la misma que ha mantenido el sanedrin, los discípulos que le habían seguido y el mundo en general. La figura de Pedro es representativa de todos los negadores de Jesús, aunque, por razón de su oficio posterior, el acento recaiga particularmente sobre él. La alarma de Pedro ante la pregunta de la criada es totalmente injustificada. Pedro, al menos de momento, no es situado en el terreno de la fe. No se ve complicado ante ninguna clase de responsabilidad pública.

Desde el punto de vista literario, la escena está muy bien construida, pero al mismo tiempo encontramos en ella una sospechosa ausencia de detalles que serían necesarios y que han sido omitidos intencionadamente: la situación irregular en la que se encuentra Pedro es presentada como siendo absolutamente normal; no son mencionados ni los peligros, ni las inquietudes, ni las sospechas o cavilaciones que su presencia debía suscitar; nada se dice de los soldados armados y demás gente de la patrulla que detuvieron a Jesús; sólo se habla de la “criada” o portera y de “los que allí estaban”. Esto significa que el relato ha sido despojado de todos los detalles innecesarios para que el lector no se pierda entre ellos y pueda llegar más fácilmente al centro intencionado del verdadero interés.

La tempestad arreció cuando la acusación, procedente de los presentes, no sólo de la criada, situó a Pedro en el terreno de la fe: “es uno de ellos”. Es entonces cuando Pedro niega la pertenencia a Jesús y a su grupo. La gravedad de la respuesta de Pedro la pone de relieve Marcos al utilizar, por única vez en todo el evangelio, el verbo anatematizein, es decir, lanzar anatemas o invocar la maldición de Dios, que debería venir sobre él o sobre sus interlocutores en el caso de ser incierto lo que Pedro afirmaba. El verbo añadido a continuación, jurar, está en la misma línea  de poner a Dios por testigo de algo.

Las negaciones de Pedro -muy probablemente una única en  su origen, que se triplicó para acentuar todo su significado- quieren transmitirnos una serie de enseñanzas: la dificultad para aceptar a Dios, que se nos abre, revela y comunica en Jesús; hasta los más cercanos e incondicionales pueden fallar. La seriedad de la palabra de Jesús sobre los riesgos de la fe: Pedro había sido amonestado. La aceptación y permanencia en la palabra de Jesús, que no depende de la fanfarronería autosuficiente, sino de la acogida humilde de la Palabra creadora de la fuerza del hombre.

Felipe F. Ramos

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