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Tiempo OCTAVA DE NAVIDAD, II Domingo

Lecturas Bíblico-Litúrgicas:

1ª lectura: Si 24,1-4. 12-16
2ª lectura: Ef 1,3-6. 15-18
3ª lectura: Jn 1,1-18

 

La presentación que hace la Sabiduría de sí misma coincide con la personificación del Niño de Navidad. Se recurre a la Sabiduría como un sucedáneo del Enviado. Lo  que se esperaba de éste ha sido realizado en ella: la habitación en medio de su pueblo, en Israel o en Jerusalén, que son términos sinónimos. Y desde su presencia en medio de la asamblea del Altísimo le dirige un discurso.

 

En el discurso de auto-presentación se acentúan las características siguientes: su identificación con la palabra de Dios, que será aceptada por los destinatarios del pueblo del que brotarán las alabanzas y bendiciones que la Sabiduría merece; la aceptación divina de residir en Jacob o Israel: esta encarnación en medio de los hombres no afecta para nada la trascendencia de la Sabiduría, creada antes de todos los siglos, desde el principio, y destinada a subsistir por toda la eternidad. Dentro de Israel, la Sabiduría ejerce su ministerio en la santa morada, en Sión. Ha sido ella la que ha inspirado al pueblo elegido una liturgia digna de la santidad de Dios. Esta elección divina y esta presencia de la Sabiduría han hecho de Jerusalén la ciudad escogida.

 

Antes de manifestarse a los hombres, la Sabiduría preexistía junto a Dios, es decir tenía su morada en las alturas, en una especie de trono sostenido por las nubes a modo de columna. Las expresiones  e imágenes utilizadas aquí por el Eclesiástico implican evidentemente la identificación de la Sabiduría con la Ley mosaica. Este hecho ha convertido a Israel en un pueblo glorioso, en la porción y heredad del Señor. El panegírico que se hace de la Sabiduría se halla subrayado y sublimido en el que se hace en el himno a la Palabra (tercera lectura).

 

La Sabiduría nos hace mirar hacia atrás. También el Logos o la Palabra limitan  con el tiempo sin tiempo, con la eternidad. El hombre Jesús, como Palabra única de Dios, no fue un acontecimiento casual, no fue una persona que existió en el tiempo y desapareció sin más, sin dejar vestigio de su existencia terrena. Jesús de Nazaret, Jesucristo, fue y sigue siendo la rama más florida y fecunda de un Árbol cuyas raíces se hallan profundamente clavadas en la Eternidad; fue la misma eternidad en el tiempo. La primera carta de Juan lo concreta así: lo que había sido desde el principio entre vosotros ya lo era en el principio anterior (1Jn 1,1-2).

 

Estamos mirando hacia atrás, hacia el principio absoluto o pretemporal. No había tiempo ni espacio. Estos dos conceptos inseparables surgieron con el fogonazo original y originante de la creación. En este principio absoluto y pretemporal, cuando no había nada, en el vacío más absoluto, la Realidad Suprema, a la que llamamos Dios, salió de sí misma y se expresó en su Palabra; apareció lo que llaman los científicos una singularidad o un punto de compresión infinita, al que los científicos bautizaron con el hipotético nombre  de big-bang. No fue una expresión ruidosa, como ha sido calificada frecuentemente, porque faltaban entonces los elementos para que se produjese el ruido; para que éste exista se requiere la materia y, además, alguien que lo perciba.

 

En esta ocasión estuvo más acertada la Biblia al presentar aquella “singularidad” como una luz (Gn 1,3: Fiat lux), un “flax”, -acabamos de llamarlo “fogonazo”-  cargado de una Energía caótica tan incomprensible que en ella estaba contenida toda la materia y energía que hoy existe en el cosmos. Esta Singularidad de densidad infinita la conocemos como el Alfa o manifestación energético-material del Principio. Punto creacional inicial. La primera salida de Dios de sí mismo. El último objetivo, la Omega o la culminación de la Energía- Materia-Divina será alcanzado después de quince o veinte mil millones de años a lo largo de un proceso de expansión constante en la que entra el proceso evolutivo. En estas distancias inimaginables, podría calcularse que el hombre ha hecho su aparición en la tierra hace “escasos minutos”.

 

Esta mirada hacia atrás descubre la preexistencia de la Palabra. La mirada hacia delante nos posibilita la visión de la vida eterna participada en la contemplación de la Realidad Suprema; podemos llamarlo también la Realidad Suprema, eternidad o posexistencia. Entre las dos miradas mencionadas nos ha sido regalada otra intermedia que, en el lenguaje de san Pablo, se hizo visible ”cuando llegó la plenitud de los tiempos y Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer, sometido a la Ley” (Ga 4,4). La visión intermedia de la Realidad Suprema planificadora se hizo de forma visible a nuestra experiencia. Podemos calificarla, por la relación que tiene con las dos ya mencionadas,coexistencia. En frase atinada de Lutero: “No fue el tiempo lo que hizo que el Hijo fuese enviado, sino al contrario, la misión del Hijo llevó el tiempo a su plenitud” (Suena mejor en latín: “Non tempus fecit filium mitti, sed econtra, missio filii fecit tempus plenitudinis” (Comentario a los Gálatas (1516-1517) en referencia al texto citado).

 

La mirada intermedia, la que llevó al tiempo a su plenitud, la contemplación del Jesús Joánico, en la que confluyen la mirada hacia atrás y la mirada hacia adelante gracias a la cual podemos establecer una conexión entre ellas, nos exige nuevas consideraciones si tenemos en cuenta la presentación que Jesús hace de sí mismo. Él nos habla de la “conveniencia” de su partida: Es más conveniente para vosotros el que yo me vaya. El Jesús histórico tenía que irse para que su verdadera dimensión, la de ser el Revelador, pudiera ser entendida en toda su densidad y contenido; para que apareciese el Jesús Joánico en toda su profundidad. Jesús es el Revelador si continúa siéndolo, y continuará siéndolo si envía al Espíritu Paráclito. Pero sólo enviará el Espíritu cuando se haya ido. Lo afirma él mismo como razón o argumento para convencernos de la “conveniencia” de irse: Porque si no me voy, el Paráclito no vendrá a vosotros, pero si me voy, os lo enviaré (Jn 16,7). Teniendo en cuenta que la venida del Paráclito está condicionada por la partida de Jesús, nosotros no hablaríamos de la conveniencia, sino de la necesidad de que Jesús se vaya. Sólo cuando se haya ido podremos conocerlo a fondo, gracias a la acción del Paráclito.

 

En la coexistencia de nuestro vivir la palabra bíblica comprende toda la historia de la salvación.Una historia pasada que fue protagonizada por otras personas lejanas a nosotros ya en el tiempo ; que sigue realizándose en nuestros días, afectándonos directamente a nosotros; que continuará en el futuro, teniendo otros protagonistas. Junto a la historia de la salvación realizada y objetivada en unos acontecimientos más o menos controlables, debe atenderse a la historia de la salvación individualizada, la que se realiza entre Dios y el creyente individual para conseguir la misma finalidad que aquella.

 

La palabra de Dios incluye todo aquello que configura dicha historia: determinados hechos históricos, más o menos fiables; acontecimientos reales o legendarios; los milagros y, sobre todo, los signos; las instituciones que van surgiendo en la vida del pueblo que protagonizó inmediata y directamente dicha historia; las mismas personas, cuya dimensión y significado sobrepasa con mucho su propio alcance histórico concreto; también las palabras bíblicas que van cargándose de nuevo sentido y contenido más profundo en el decurso de la misma; las múltiples y diversas manifestaciones del reino de Dios; los mandamientos, que especifican el quehacer del hombre en cuanto respuesta a las exigencias de la alianza... Todo esto es considerado como palabra de Dios y así es llamado de forma adecuada. Y todo ello es la explicitación, explicación, interpretación  y escenificación del contenido insondable de la frase que lo resume todo: El Verbo se hizo carne.

 

Esta coexistencia nos la describe san Pablo (segunda lectura), que la acentúa desde las dos miradas anteriores, la preexistencia y la posexistencia. Son ambas las que justifican el vivir cristiano en el hecho histórico fundamentado en la presencia terrena de la Palabra. Del himno a los Efesios debemos destacar: La presentación del Dios peculiar de los cristianos, diciendo que es el Padre de nuestro Señor Jesucristo. Este Dios nos ha bendecido en Cristo: las bendiciones o gracias que Dios nos concede son inseparables de él, que es la cabeza del Cuerpo. Se trata de bendicionesespirituales: son llamadas así porque surgen como consecuencia de la presencia operante del Espíritu.

 

El pensamiento de la elección (v.4) presenta a la Iglesia como el pueblo elegido. Ella es la atmósfera sagrada en la que vive el creyente. Quien vive en esa atmósfera sagrada tiene que esforzarse por llevar una vida en consonancia con ella. El pensamiento de la predestinación (v.5) no debe ser entendido en forma determinista, de modo que quite la libertad al individuo. Se trata de la Iglesia como tal; los creyentes se adhieren a ella libremente, y en ella se convierten en hijos adoptivos de Dios por medio de su Hijo, hijos gracias al Hijo. Los creyentes no constituyen la Iglesia. Son constituidos en Iglesia.

 

Al himno sigue una acción de gracias: eucaristía (1,15-23). La acción de gracias surge espontáneamente ante la contemplación del proyecto eterno de Dios plasmado en la Iglesia. Debe destacarse en ella el conocimiento especial que se requiere para la comprensión de la realidad descrita: es el conocimiento procedente de la fe, no del estudio o  de la investigación.  Este conocimiento se centra en la esperanza de la llamada (v. 18). La esperanza nace de la fe y nos traslada al terreno de aquel que nos ha llamado y que es fiel a su palabra. Fiel y poderoso para cumplirla.

Felipe F. Ramos

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