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El Bautismo del Señor

Lecturas Bíblico-Litúrgicas:

1ª lectura: Is 42,1-4.6-7
2ª lectura: Hch 10,34-38
3ª lectura: Lc 3,15-16. 21-22

 

Antes del bautismo de Jesús, nos ofrece hoy la liturgia la presentación de quien va a ser bautizado. Y lo hace ofreciéndonos el primer poema del Siervo de Yahvé (primera lectura) cuya personalidad ha sido identificada con Jesús. Las características de este primer poema las destacamos a continuación: cuenta con la complacencia de Dios, que se manifiesta en su elección y apoyo para ser el portador de la salud-salvación. Es un hombre de los que hacen y no dicen; pasan de incógnito; son eficaces en la tarea que les ha sido confiada de anunciar la voluntad del Señor, que eso es lo que significa el “implantar el derecho y sus leyes”. La tarea más ardua y sublime que debe realizar se resume en “ser alianza de un pueblo y luz de las naciones”. En la alianza se pone de relieve la acción salvífica de Dios y la reacción del hombre que siempre es respuesta. Jesús es la presencia de Dios y la respuesta del hombre; es el nuevo Moisés que debe introducir al pueblo en una nueva relación con Dios. Más aún, es enviado como la luz, es decir, como el portador del conocimiento del Dios verdadero a los gentiles. Es el libertador a nivel físico y, sobre todo, espiritual. Para ello contará con la protección de Dios, que eso es lo que significa “tomarle de la mano”.

 

El “plus” existente en el subconsciente de Jesús desde que Dios se expresó en su Palabra y ésta hizo su aparición en nuestra historia en un hombre como nosotros, afloró plenamente a su conciencia cuando el cielo se abrió, descendió sobre él el Espíritu, en forma de paloma, y percibió la palabra reveladora que le consideraba y le presentaba como el Hijo predilecto en quien el Padre tiene sus complacencias. (tercera lectura).

En el relato del bautismo de Jesús, Lucas sigue a Marcos (1,10-11). La única diferencia importante es la expresión lucana según la cual el Espíritu descendió en forma corporal (la escenificación que le presenta “como una paloma” es común a Marcos, a Mateo y a Lucas). La adición mencionada de Lucas, “en forma corporal”, obedece a que Lucas no quiere acentuar lo que vio el Bautista (como parece suponer Marcos), sino lo que realmente ocurrió en el bautismo de Jesús. Como hemos dicho, también él utiliza la paloma como comparación. Por consiguiente; se hace clara la intención de Lucas de subrayar, más que Marcos, la objetividad del acontecimiento, aunque la voz del cielo haya sido oída únicamente por Jesús tanto en Marcos como en Lucas.

 

Otra característica lucana es que el tercer evangelista sitúa el bautismo de Jesús en el marco del movimiento bautismal. Acude a recibir el bautismo como uno de tantos y entre ellos. También le interesa a Lucas hacer una referencia a la oración de Jesús: estando en oración (Lc 3,21b), que debe enmarcarse en el gran contexto de la oración frecuente de Jesús, que es una de las características más específicas del tercer evangelista (Lc 5,16; 6,12; 9,18.28; 11,1; 22,39-41.44).

Fue en ese momento, el de su bautismo, con las descripciones apuntadas, cuando Jesús descubrió a Dios como Padre. El punto de partida que justifica esta afirmación, que pudiera resultar extraña, nos lo ofrece un artículo fundamental de la fe cristiana: la humanidad de Jesús, “nacido de mujer (Ga 4,4); “probado en todo igual que nosotros, menos en el pecado” (Hb 4,15); “apareciendo en su porte externo como un hombre cualquiera” (Flp 2,7). Desde esta consideración esencial de la figura de Jesús se nos ofrece una vía nueva –nueva por lo poco que ha sido utilizada- para la comprensión de la misma. Vamos a prescindir de momento del culto que le tributamos y de la adoración que le rendimos por su igualdad con Dios... Nos acercamos a el, a su persona, a su yo, intentando descubrir su inquietud religiosa que le integró en el grupo de los que acudieron al reclamo penitencial suscitado por la voz del Bautista. Jesús, en cuanto hombre religioso, tuvo en aquella ocasión una experiencia singular e indescriptible. Así nos lo hace suponer el texto evangélico de hoy.

 

La experiencia de la paternidad divina domina todo el ministerio público de Jesús. En él la lex vivendi (la ley determinante de su vida) se antepuso a la lex docendi (la ley y la voz de su magisterio o enseñanza). La experiencia de su inserción en el misterio de la paternidad divina se inicia en este momento. Antes de él sólo tenemos base para las conjeturas (excepto el dato ofrecido por Lc 2,49 sobre Jesús adolescente en una sinagoga adosada al templo, que pertenece al terreno de la reflexión teológica posterior). Aquí, en el Jordán, con ocasión de su bautismo, Jesús tuvo la experiencia de ser el Hijo predilecto de Dios. El evangelista se encarga de subrayar que la visión y la audición las tuvo únicamente Jesús. Nadie más. Se supone, pues, que el relato, en última instancia, pertenece al campo de los secretos que Jesús confió a sus discípulos.

 

La importancia excepcional de dicha experiencia nos obliga a realizar el esfuerzo preciso para la comprensión de la misma. Lo que da a Jesús su sentido y dimensión únicos es la presencia y acción de Dios en él; el cielo ha roto su silencio, el Espíritu ha vuelto a moverse sobre las aguas, la voz de Dios se ha dejado oír de nuevo. Ha tenido lugar la revelación que la voz del cielo le ha dirigidopresentándolo como el Hijo del Padre. Se ha producido la invasión del Espíritu que penetró sus interioridades más profundas. Ha tenido lugar el descubrimiento, la toma de conciencia o el afloramiento al campo de la misma de su peculiarísima relación con el Padre.

Esto significa que aquí y ahora comienza algo nuevo; se inicia una nueva filiación entre los hombres a partir de la que se ha hecho realidad en Jesús; entra en el campo de la experiencia la posibilidad de descubrir al Padre de nuestro Señor Jesucristo a través de la acción del Espíritu. Esta experiencia fue protagonizada por Jesús como algo nuevo, personal, vivencial, existencial. No pertenece al campo académico, ni a Jesús se le encomienda traducir su visión y audición a fórmulas doctrinales. Esto explica la reticencia de Jesús sobre la experiencia habida en el Jordán.

 

La estadística demuestra esta realidad como algo desconcertante: en el evangelio de Marcos, Dios es designado como Padre cuatro vecesocho o nueve en Q (la fuente común a Mateo y Lucas);veintitrés en M (textos específicos de Mateo);  seis en L (fuente propia de Lucas) y ciento nueve en Juan. Fuera de los evangelios, tres en el libro de los Hechos; treinta y nueve en las cartas paulinas;tres en las cartas pastorales; dos en la carta a los Hebreos; tres en Santiago; tres en la primera de Pedro; dieciséis en 1 y 2 de Juan; una en Judas y cuatro en el Apocalipsis.

 

La proliferación por parte de unos y la reticencia por parte de otros crea una tensión que podemos formular así: Mateo y Juan proclaman que la paternidad divina es una de las claves fundamentales del evangelio; la reticencia por parte de Jesús, que hacen presumir las fuentes más antiguas, Mc y Q, nos obligan a concluir que Jesús no habló de Dios como Padre tan frecuentemente como a veces pensamos; lo hizo con gran sobriedad, al final de su ministerio y en la enseñanza confidencial a sus discípulos. A ellos se lo explicó no con argumentos doctrinales, sino hablándoles de Dios Padre como la realidad suprema de su vida captada en su experiencia única e íntima. Y, además, ampliando su experiencia personal, por deseo expreso de Dios, a todos los que tienen el corazón abierto, a los “pequeñuelos-discípulos”, para que pudiesen disfrutar de la misma revelación de Dios. Así nos lo hace patente la exclamación jubilosa de Jesús (Mt 11,25-27:...”has revelado estas cosas a los pequeñuelos...”).

 

Si tomamos como punto de partida nuestra propia experiencia, ésta nos ayudará a comprender la reserva de Jesús en el tema que estamos tratando. Las experiencias personales íntimas y profundas raras veces son manifestadas al exterior y, cuando lo hacemos, recurrimos al círculo de nuestra máxima confianza. Buscamos la protección de nuestro secreto que no queremos que sea un “secreto a voces”. Cuando lo sagrado invade el campo personal levanta como un seto vivo en torno al “lugar” ocupado, lo rodea de un silencio religioso al par que deja oír la voz sin que se hayan movido siquiera los labios para pronunciarla. Cuando los pensamientos son demasiado profundos difícilmente se encuentran las palabras adecuadas que puedan hacer de vehículo de los mismos. Dichas palabras solamente pueden ser pronunciadas ante aquellos que están dispuestos a quitarse las sandalias de los pies porque se han dado cuenta de que están en el Sinaí, en el monte sagrado de la revelación, en el lugar mismo en el que Dios se manifiesta y se comunica (Ex 3,5).

 

Es posible acomodar aquí otras palabras de Jesús: “No deis las cosas santas a los perros ni arrojéis vuestras perlas a los cerdos, no sea que las pisoteen con sus patas y revolviéndose os destrocen” (Mt 7,6). Y no se hallaría fuera de lugar la sentencia de Platón: “Descubrir al hacedor y padre de este mundo es una ardua tarea; y cuando lo habéis encontrado es imposible hablar de él ante el pueblo” (Timeo,28c).

 

De la exclamación jubilosa de Jesús (Mt 11,27 y par.) se deducen dos consecuencias: la primera es que aquel que experimenta la comunión con Dios en cuanto Padre disfruta de una realidad sublime, insuperable, inefable: la visión conjunta de lo divino y de lo humano. La expresión de Jesús lo dice así: “Todo me ha sido concedido por mi Padre”. La segunda conclusión se deduce  de las palabras finales de la exclamación jubilosa: “Nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar”. Jesús exterioriza la convicción y la pretensión de estar en una peculiar relación con Dios. Afirma, además, que también otros pueden ser guiados a participar en una relación semejante. Él pretende que los hombres entren  en una relación con Dios Padre semejante a la que él mantiene. A través del Hijo los hombre pueden llegar al conocimiento del Padre, es decir, a la plena comunión con él.

 

El Padre es la realidad suprema en la vida de Jesús. Esto sólo podía ser perceptible a aquellos que tienen el corazón abierto a Dios. Ellos pueden experimentar y ver a Dios Padre que se manifiesta en las palabras de Jesús (Jn 14,8-11). Por medio de él, Dios Padre se acerca, se hace cercano a los hombres y éstos pueden ver en el rostro (= en la persona) de Cristo el conocimiento de la gloria de Dios (2 Co 4,6). Todo lo demás revelado por Jesús acerca de Dios cede en importancia ante la revelación del Padre en el Hijo. Y su gran importancia y profundidad no están en la presentación nueva y original de una doctrina sobre la paternidad de Dios, sino en la realidad singularísima que subyace bajo esta experiencia. Nuestra experiencia personal que, bajo la acción del Espíritu, nos estimula e impulsa a llamar Padre a Dios puede ser un punto nuevo de referencia y de partida para intentar comprender la de Jesús en su bautismo.

 

San Pedro nos hace un resumen (segunda lectura), que es una mínima referencia a su gran discurso, con motivo de la conversión de Cornelio, y que es una síntesis de todo el kerigma cristiano. Pedro destaca un gran descubrimiento personal: “Que en Dios no hay acepción de personas”, es decir, que se acabaron los privilegios religiosos; y nos ofrece en síntesis muy apretada, la historia sagrada que culmina en la persona de Jesús, “ungido por Dios con la fuerza de su Espíritu”.

 

Felipe F. Ramos

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