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TIEMPO ORDINARIO, Domingo XXXI

Lecturas Bíblico-Litúrgicas:

1ª lectura Sb 11,23-12,2
2ª lectura: 2Ts 1,11-2,2
3ª lectura: Lc 19, 1-10

La Sabiduría, al ser una emanación de Dios, conoce sus secretos y el misterio de su actuar (primera lectura). No se le escapa nada puesto que es tan “anciana de días” (Pr 8, 22ss) como Dios mismo, al que Daniel presenta también con esta imagen (Dn 7,13). El autor de este precioso libro ve la Sabiduría en la acción de Dios en la creación y en la conservación de todo lo creado. Un poco desde la concepción panteísta -de la que difícilmente podemos librarnos del todo- describe al mundo cobijado a la sombra del poder de Dios y, sobre todo, de su amor: las fragilidades humanas no le irritan y las perdona siempre. Las travesuras humanas demuestran el poder de su misericordia al no tenerlas en cuenta extendiendo sobre ellas su perdón.

 

Al salir de sí mismo, que en eso consistió la creación, dejó su espíritu animando cuanto procedió de aquella Luz original. Y sigue haciéndolo. Si las abandonase quedaría reducidas a la nada. El salmista lo dice así: “Si escondes tu rostro, se anonadarían; si les retirase su aliento expiarían. Existen gracias al espíritu divino del que participan y se renuevan por su participación en él” (Sal 104, 29-30). Estamos ante un canto maravilloso al poder y a la misericordia que todo lo hizo, lo mantiene, y lo rehace moderando incluso el castigo pedagógico que a veces pueden merecer. Lo expresó aún mejor el profeta Oseas (11,9).

 

En la misma línea de un posible castigo moderado nos sitúa el evangelio de hoy (tercera lectura). El evangelista Lucas nos ofrece en exclusiva un relato anecdótico de singular belleza y de contenido profundo y desconcertante. La escena tiene lugar en Jericó. La ciudad era y sigue siendo un maravilloso oasis. Su clima homogéneo a lo largo del año, nunca inferior a los 20 grados, hace que los árboles frutales, palmeras cargadas de enjundiosos dátiles, árboles balsámicos y predominantemente los naranjos ofrezcan sus ricos frutos de forma ininterrumpida a lo largo del año. Por algo Herodes el Grande había construido en ella su residencia de invierno. En ella se había establecido un asentamiento judío importante y el tráfico de viajeros y mercancías era muy intenso. Era uno de esos lugares que son descubiertos rápidamente por el olfato financieros o  de los negociantes para hacer prosperar  su fortuna.

 

Zaqueo (= Zakkaj, en hebreo y arameo, es la forma griega de Zacarías) y significa “puro”. Su significado fue una de las buenas razones que decidió a Lucas a ofrecernos esta historia. Lo sitúa en un lugar estratégico donde podía prosperar su profesión. Era el jefe de un colectivo que no corría ningún riesgo. El Gobierno ofrecía la recogida de los impuestos de una zona a un grupo de publicanos, nuestros antiguos recaudadores, pero menos escrupulosos que ellos. La oferta se hacía “por alto”, teniendo en cuenta la riqueza de la zona y de los contribuyentes. Aunque tenían unas normas a las que debían ajustarse, ellos se las arreglaban para que su “margen” fuese mucho mayor del permitido haciendo las inversiones y las desviaciones oportunas antes de liquidar su compromiso con el Gobierno.

 

En esta situación social Zaqueo era el jefe de una de esas pequeñas compañías. En ella se había enriquecido. Pero como el dinero no lo es todo, particularmente cuando el modo de ganarlo es sospechoso o condenable: la extorsión y la usura, que eran los recursos principales de los publicanos, hacían que pesase sobre ellos el odio, el desprecio, la marginación social, la exclusión práctica del grupo humano o de todo un pueblo que, como el judío, basaba su categoría y dignidad en la observancia de la Ley.

 

El protagonista de esta historia ha sido elegido por Lucas por razón de su nombre: la “pureza” de su significado etimológico estaba manchada por la impureza de los principios determinantes de su vida. Para los judíos, Zaqueo era la perversidad personificada.

 

Donde el evangelista quiere situarnos es en el contacto de Zaqueo con Jesús y en la consiguiente reacción provocada por el mismo. Nadie se preocupó de proporcionarle el acceso a Jesús. No pudo abrirse paso ni siquiera a codazos. Tuvo que recurrir a un procedimiento infantil y poco decoroso para un hombre rico. Suponemos que con el regocijo de la gente que le despreciaba. La auto-invitación de Jesús a hospedarse en su casa le llenó de alegría. Zaqueo recibió “gozoso” a Jesús; era una gran distinción hospedar en casa a un rabino afamado. No es improbable, por otra parte, que Zaqueo hubiese pensado hablar con Jesús de sus problemas personales y profesionales. Un deseo tan vehemente de ver a Jesús tiene siempre unos antecedentes más o menos justificados.

 

El centro de interés del relato comienza a desvelarse a partir de la “murmuración” hecha, muy probablemente, por el puritanismo fariseo, aunque Lucas hable de “todos” (es sabido que el tercer evangelista recurre frecuentemente al principio de la “generalización”).

 

La acción de Jesús demuestra el universalismo del Evangelio, de la salvación. La casa de Zaqueo deja de ser la de un pecador desde que Jesús se hospeda en ella. La acción de Jesús prohibe el etiquetamiento de las personas en un terreno en el que únicamente Dios y su Enviado tienen competencia; la oferta de salud hecha por Dios en Cristo es universal. Su eficacia depende de la aceptación o de la conversión que transforma en hijos de Abrahán, en miembros del pueblo de Dios, incluso a aquellos que estaban excluidos  por su misma profesión. Lo primero de todo es la invitación de Jesús; viene, como consecuencia, la aceptación en la que se enraiza la verdadera conversión.

 

Zaqueo abandona el camino “tortuoso” y toma la vía recta. La seriedad de su cambio la demuestran sus palabras “reparadoras” y su actitud: se puso en pie.. El gesto apunta a que pretendía hacer una declaración pública. Lo que él ofrece era mucho más de lo que era exigido en dichos casos: en lugar de un quinto a mayores de lo robado (Lv 5,20ss) Zaqueo ofrece cuatro veces más. En su oficio era difícil saber quiénes eran sus deudores. Esto ocurre frecuentemente a aquellos que, en sus ventas o negocios, han tratado con mucha gente. En estos casos la posible restitución calculada era destinada al  bien público. Zaqueo establece que los destinatarios de esos bienes mal adquiridos sean los pobres. De nuevo cabe destacar su generosidad ya que, en este capítulo, habla de la mitad de sus bienes. Un buen moralista, aprovechado, no hubiese pasado de un quince por ciento.

 

Naturalmente, lo más importante de la escena y del relato que la refiere, nos lo ofrecen las palabras de Jesús. Si hay conversión hay salvación. Con esta afirmación se excluyen las condiciones previas exigidas por el fariseísmo para estos casos: lo primero que tenía que hacer el publicano, según ellos, era renunciar a su profesión “impura”; en un segundo momento debía tener lugar la restitución de todo lo robado mas el tanto por ciento añadido que, de la quinta parte establecida por la Ley, en los tiempos de Jesús había sido subida a la cuarta parte; sólo después se le podía conceder el perdón.

 

Jesús coincide con el Bautista (Lc 3,12-13) en que los publicanos debían renunciar a la injusticia en la práctica de su profesión, no a ésta en cuanto tal. La “penitencia” es la conversión en la vida y en la conducta, en modo alguno exige la huida de la vida ni de la profesión. A partir de ahora ya nadie tiene derecho a llamar pecador a Zaqueo, ni a uno siquiera de sus empleados, que se ajuntan al nuevo modo de vida programada por su jefe. Zaqueo tiene su casa, es decir, su familia con la cual tiene unos deberes sagrados que está obligado a cumplir. ¿Algo más llamativo para el puritanismo fariseo?.

 

Sí, ya lo creo. Que también Zaqueo, y los miembros de su compañía de trabajo, es hijo, son hijos, de Abrahán. Algo inadmisible para sus adversarios. ¿Que un publicano, doblemente pecador o pecador elevado al cuadrado, pertenezca al pueblo elegido? Nuestra gratitud al Maestro por estas palabras. Y también al apóstol Pablo por precisar, interpretando el pensamiento de Jesús, que el verdadero  Israel  no  era  el  constituido  por  ellos,  sino  “el Israel  de Dios” (Ga 6,16), nacido desde las nuevas categorías cristianas. Dios, y sólo él, crea y reúne a su pueblo y considera la conducta humana como presupuesto de su pertenencia a él (Lc 15,11ss.25ss: examen de la parábola del hijo pródigo).

 

Zaqueo, llamado por Jesús en el judaísmo, descubrió que, como miembro del pueblo judío, podía llegar a alcanzar la salvación, que le llegó porque Jesús, en lugar de proceder como sus “devotos” adversarios, se acercó a él y entró “en su casa”. Se vio envuelto en la gracia de Dios. Eso en cuanto a Zaqueo. En cuanto a Jesús, sintió la satisfacción de estar cumpliendo su misión mesiánica. Si era el Mesías lo era para todo el pueblo y para todos los descarriados. Cuando él busca lo perdido, está actuando mesiánicamente y la oposición radical de los “devotos” no tiene su frente de oposión excluyente en él sino en ellos mismos, por situarse fuera de las promesas de Dios dirigidas a su pueblo y al cumplimiento de las mismas. Lo “impuro”, indicado en su nombre etimológicamente considerado, se convierte en “puro” por la presencia de Jesús. Ésta hizo posible lo que humanamente era imposible. Éste es el retrato de Jesús y de su misión.

 

La expresión “buscar y salvar lo que estaba perdido” ha sido tomada, muy probablemente, de Ezequiel (34,16) donde se habla de las ovejas perdidas, descarriadas, perniquebradas.

 

La intercesión de Pablo por los tesalonicenses se extiende a todos (segunda lectura) y la centra en que sean dignos de su vocación, que no es otra cosa que su desarrollo en el inicio de la fe hasta alcanzar la plenitud del reino de Dios. Esta imprecación debe estimularlos a realizar las buenas obras exigidas como frutos de la fe. De este modo experimentarán la gracia del Señor, es decir, reconocerán su gracia en ellos que, a su vez, se manifestará en la complacencia de Dios en las obras de sus hijos.

 

Este planteamiento de la vocación cristiana debe eludir todo tipo de sobresalto y preocupación sobre la segunda venida de Cristo. Fue una cuestión que preocupó seriamente a los primeros cristianos, particularmente en Tesalónica. Lo que Pablo afirma sobre el particular es que el hombre, todo hombre, y él el primero, vive de cara a la esperanza, pero la fijación de fechas para los acontecimientos importantes es antievangélica. El día del Señor vendrá como el ladrón en la noche (1Ts 5,2).

 

Felipe F. Ramos

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